Recursos
culturales
Tradicionalmente, dentro de la gran región que el padre Lozano denominó Gran Chaco Gualamba, se distinguen el Chaco Boreal (Chaco paraguayo), el Chaco Central (Provincia de Formosa y este de Salta) y el Chaco Austral (ubicado entre los ríos Bermejo y Salado, o sea, abarcando la provincia del Chaco, parte de Santa Fe y parte de Santiago del Estero). Además, la zona donde confluyen los límites de Salta, Chaco y Formosa se conoce como El Impenetrable, dada su fisonomía y colonización demorada.
En la prehistoria de nuestro país fue la región de poblamiento más tardío, ya que estuvo cubierta por las aguas hasta 7.000 años a. c., y comenzó a poblarse sólo en 5.000 a. c. con tribus nómades o seminómades de cazadores, recolectores y pescadores. Conocidos genéricamente como chaqueños o chaquenses típicos, se organizaban en grupos familiares alrededor de caciques con escaso poder efectivo. De los varios grupos étnicos que se establecieron en el Chaco Central, en la zona donde se encuentra la Reserva Natural Formosa vivían, en el momento de la conquista, los matacos o wichís (pertenecientes a la familia mataco-mataguayos). Practicaban la agricultura, sembrando maíz, zapallos, porotos y batatas. También aprovechaban los productos del algarrobo. Tenían cierto manejo de los recursos hídricos, ya que embalsaban las aguas de los arroyos. Como armas de caza usaban lanzas, mazas, arcos y flechas, éstas con puntas de madera, piedra o hueso. Dominaban el aprovechamiento del quebracho, con cuyas ramas y hojas construían sus casas o huetes, de planta circular y forma abovedada, que usaban tanto como viviendas como para silos y depósitos. Para vestirse utilizaban pieles de animales, lana tejida y telas de fibras vegetales, especialmente de caraguatá. Con la fibra de esta planta y del ivirá (Pseudananas sagenarius) tejían también redes, piolas y las conocidas bolsas o yicas. Tenían también conocimientos de alfarería y metalurgia, recibidos de los pueblos del noroeste. Eran muy conservadores de su acervo genético y cultural, practicando la endogamia y manteniendo una cosmovisión basada en espíritus malignos (representados por búhos y ñandúes) y benignos (las plantas). No fueron belicosos; antes bien sufrieron el asedio de los vecinos guaycurúes (al este) y chiriguanos (al oeste). No se conocen yacimientos arqueológicos o paleontológicos en la Reserva.
Durante la conquista española, numerosas expediciones trataron de avanzar desde el litoral fluvial hacia las zonas andinas con el objetivo de alcanzar las riquezas minerales del corazón de los Andes. Durante estos avances se fueron fundando los principales asentamientos que dieron origen a muchas ciudades actuales. Una de las más importantes en la región que nos ocupa fue la de Concepción del Bermejo o Concepción de la Buena Esperanza, fundada por Alonso de Vera y Aragón en 1585, y destruída por los guaycurúes en 1631. Ante estas dificultades, los esfuerzos civilizadores quedaron en manos de misioneros jesuitas y franciscanos, quienes tampoco tuvieron gran éxito debido a la resistencia indígena facilitada por el uso del caballo y de las armas, aunque los matacos, a diferencia de los otros grupos, nunca lograron una buena utilización del caballo. Por lo tanto, el avance europeo en esta zona fue tardío. Solamente a fines del siglo XIX pudo lograrse una efectiva ocupación del interior del Chaco con una serie de medidas ofensivas tales como las expediciones militares del General Benjamín Victorica (1884) y del teniente coronel Enrique Rostagno (1911), entre otras, el establecimiento de fortines a lo largo del río Bermejo, la prohibición del uso de caballos y la ocupación efectiva de la tierra por colonos criollos.
Una parte importante de la conquista fue la que se desarrolló a través de la navegación del Bermejo. El primer intento, en 1780, lo hizo el coronel Fernández Cornejo, desde San Ignacio de Tobas, en el río Ledesma, viaje que completó siete meses después el padre Morillo, quien llega a Corrientes en una canoa con cuatro compañeros más. Morillo hizo una cuidadosa descripción de los grupos indígenas que encontró en su recorrido. En 1820, un español apellidado Soria realizó el viaje desde Orán. En 1857, un barco a vapor remontó 160 millas del Bermejo para terminar hundiéndose, pero en 1859, otro buque pudo llegar hasta Rivadavia y regresar. Diez años después, se estableció la Compañía de Navegación del Bermejo. En 1899, los propietarios del Ingenio la Esperanza, Gualterio y Esteban Leach, encabezaron una expedición de cinco barcos que llegó a Corrientes en 35 días. En 1903, la expedición del Ingeniero Jules Henri permitió establecer las bases para el mejoramiento del cauce del río y el trazado del ferrocarril que corre paralelo a éste, 50 km hacia el norte, uniendo la ciudad de Formosa con Embarcación (Salta). En 1913, tres buques cubrían el servicio de carga, recorriendo unos 600 km del río en aproximadamente tres semanas.
Situación actual de la población nativa y criolla
En 1967, la población de matacos en la provincia de Formosa fue estimada en 3.691 personas (Primer Censo Indígena Nacional). Casi todos son de ascendencia salteña (en Salta están los mayores asentamientos de esa etnia) y hablan su lengua y el castellano. Dado que estimar la población indígena a la llegada de los españoles resulta muy difícil, es por lo tanto casi imposible establecer su declinación. No obstante, la alteración del hábitat por deforestación, la emigración, el mestizaje y la expropiación y subdivisión de la tierra deben de haber afectado en forma muy directa a estos grupos nativos. Algunos autores calculan que, desde el siglo XVIII hasta fines del XX, la reducción poblacional alcanzaría al 85% de la cifra original.
Para poder subsistir, los indígenas actuales se integraron, paulatinamente y casi en forma forzada, a los sistemas económico-productivos de los criollos y europeos, aunque en el nivel más bajo de la estructura social, ya que constituyen mano de obra barata para los obrajes y actividades rurales, donde se desempeñan como trabajadores golondrina para las zafras y cosechas. Los varones predominan en la población debido a la entrega de las niñas para el servicio doméstico y, posiblemente, a prácticas remanentes de infanticidio femenino. La mortalidad neonatal e infantil es alta y la expectativa de vida no supera los 30 años.
La integración con el europeo determinó el desarrollo de una población indígena-criolla con cierto grado de mestizaje. A través de este proceso los indígenas recibieron distintos elementos culturales tales como la escolarización, la adopción del idioma castellano, la aceptación de nuevas prácticas edilicias y sanitarias, la adopción de nuevas religiones a partir de la acción de grupos misioneros cristianos (especialmente protestantes), y la sujeción a la organización política nacional y provincial.
Las viviendas actuales son precarias. Las paredes están hechas con troncos, palo a pique enchorizado con una mezcla de barro, pasto y estiércol, o simplemente de ramas. Los techos son de paja colorada, palmas, tejas de palma y, rara vez, de chapas. Tienen caída de una o dos aguas y suelen contar con alero. Generalmente, las casas son de uno o dos ambientes, piso de tierra, con o sin ventanas y de escaso mobiliario: catres, sillas, mesas y algún ropero. En ellas vive una familia nuclear única de aproximadamente seis personas. La cocina puede ser un fogón interno, pero lo más común es que esté afuera, debajo de una “ramada” bajo la cual el fuego arde constantemente. Como construcciones auxiliares están las trojas para guardar cereales y algarroba (algunas excavadas en troncos de yuchán), un chiquero pequeño, un corral para cabras y un gallinero ubicado a un metro de altura. Los árboles que rodean la casa sirven para colgar diversos utensilios: recipientes, aperos y herramientas de trabajo.
La alimentación consiste en tortillas de harina, que utilizan como pan, guisos a base de polenta o frangollo (maíz grueso partido), verduras, que no son fáciles de obtener, y carne de chivo que se consume dos o tres veces por semana. Las bebidas son la leche de cabra para los niños y el mate dulce para los adultos y, por supuesto, el agua, que es acarreada y conservada en recipientes de barro de forma globular con asas de soga de chaguar; sin descartar cualquier otro tipo de envase, ya sea de plástico, metal o vidrio. En verano, como resabio de su antigua actividad recolectora, los matacos consumen los frutos del chañar y del mistol. Para la recolección de la algarroba, toda la familia penetra en el interior del bosque y vive en campamentos temporarios. Con esa vaina elaboran una comida llamada añapa, mezcla de algarroba molida con agua, de gusto dulzón.
La vestimenta se ha europeizado, aunque algunos pobladores viejos conservan aún una especie de pollera de fibra, la chiripa, y andan descalzos. De todos modos, la ropa es generalmente paupérrima. Los delantales y perneras de lona fuerte se usan para entrar al monte espinoso, lo mismo que los guardamontes para los jinetes y caballos. Debe recordarse que el vinal posee espinas de hasta 30 cm de largo con aspecto de puñales.
Aspectos Sanitarios.- Las parasitosis externas son comunes en la zona, especialmente las producidas por piojos, pulgas, piques, ura, sarna y garrapatas. La contaminación del agua, especialmente por el ganado y por las personas, produce disentería, diarreas y parasitosis internas. El único tratamiento que recibe el agua antes del consumo es dejarla reposar para que decanten sus muchos sedimentos. Otras enfermedades infecciosas de alta prevalencia son la tuberculosis (75%), la enfermedad de Chagas-Mazza (60 %), el sarampión y la conjuntivitis. También son comunes el bocio -por falta de yodo (25%)- y la desnutrición infantil. Debe recordarse que entre los indígenas son aún muy fuertes las ideas mágicas sobre las enfermedades, y por ello recurren mucho a los curanderos y remedios populares, especialmente cuando la medicina moderna resulta poco accesible.
Actividades sociales.- La única escuela de la zona (Escuela Provincial N° 173) se encuentra en la localidad de El Azotado. Para asisitir, los chicos deben caminar largas distancias. A los 14 años es común la deserción, ya que deben colaborar con el trabajo familiar, por lo cual la mayoría de estos aborígenes es semianalfabeta. La población es predominantemente nómade, y sus desplazamientos se rigen por la disponibilidad de agua y de trabajo, ya que el 80 % es jornalero en obrajes o hace changas. Desde los obrajes van una vez al mes a sus casas para llevar alimento, pero en caso necesario, toda la familia se traslada al obraje para poder subsistir. Como ya se señaló, en verano, época de las lluvias, ingresan al monte en busca de las vainas de algarrobo. El resto de los pobladores se dedica a la cría de ganado y vive de él casi todo el año en forma estable.
Investigación y Textos: Alejandro Mouchard
Supervisión Técnica Honoraria: Juan Carlos Chebez
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