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Provincia del Monte

Parque Universitario - Neuquén
 
Cultura

Recursos Culturales

En este ítem, en la gran mayoría de los casos, presentamos en primer término, una reseña sobre los habitantes originarios que tuvo la región, por considerarlos un importante recurso cultural.
Como es sabido, la ausencia de escritura, la escasa tradición oral y a veces los insuficientes vestigios, hacen difícil desentrañar pormenores de las primeras ocupaciones humanas en el territorio argentino en general y, particularmente, en el neuquino que nos ocupa. No obstante, con el período posthispánico la cuestión se revierte notoriamente gracias a los abundantes escritos que nos dejaron narradores, principalmente sacerdotes jesuitas, que contribuyeron mucho a conocer al menos los que habitaban estas latitudes al momento de la conquista. Tratando de ilustrar al lector sobre este último período, se reseñan a continuación aspectos vinculados con estos últimos habitantes.

LOS PEHUENCHES
Ocupaban en la época de la conquista una vasta zona al sur del paralelo 40, o sea sur de la actual territorio de Mendoza y oeste del de Neuquén. Por su aspecto físico, altos, delgados y de cabeza alargada, formaban parte de los huárpidos, cultura que ocupaba la zona de Cuyo. Fueron llamados pehuenches por los araucanos en razón de que eran colectores del fruto de la araucaria o pehuén; con los piñones de esta planta hacían una especie de pan y algo similar a la chicha. Como la cosecha se hacía una vez al año guardaban los piñones en grandes silos subterráneos que a veces mantenían hasta cuatro años. Fueron cazadores de guanacos y ñandúes y sus viviendas consistían en toldos hechos de cuero de animales, principalmente de guanaco y luego utilizaron también el de vacunos y equinos. Las pieles las cosían con tendones y trataban de combinar distintos colores. Los paños así armados, eran sostenidos con palos y travesaños. Las pieles se usaban también como vestimenta que adornaban con plumajes de cuya confección fueron grandes artífices (Serrano, 1999). Además de la elaboración de productos de cuero, los que vivían cerca de lagunas fabricaban balsas y también se dedicaban a hacer productos de cestería muy esmerada. Más recientemente, usaban tejidos aunque no lo fabricaban, los adquirían de los araucanos a cambio plumajes, sal y luego caballos (Canals Frau, 1986). Se pintaban la cara, brazos y piernas de distintos colores y por distintas razones, entre las que se incluía el duelo. Fueron uno de los precursores en la utilización de una especie de raqueta, hechas de caña coligüe, para caminar sobre la nieve. Sus armas eran arco y flecha con punta de piedra y las boleadoras. Cuando comenzaron a araucanizarse usaban también el “fuste aucá”, larga lanza araucana de varios metros de largo. Es muy importante hacer acá un paréntesis y referirnos muy brevemente al pueblo araucano. Estos eran originarios de Chile; se caracterizaban por tener una economía basada en la agricultura y el pastoreo de camélidos –que luego reemplazaron por al ganado traído por los españoles- y se llamaban a sí mismos mapuches que en su lengua significada “gente de la tierra”. Habitaron aproximadamente la región comprendida entre el río Bío Bío y la zona de Valdivia (Wright y Nekhon, 1990). Lucharon con gran ímpetu contra la invasión Inca primero y la Española después. Con el paso del tiempo se fueron seduciendo por la prosperidad que ofrecía el comercio de equinos y vacunos de las pampas, cuyas poblaciones cimarronas abundaban y fueron emigrando en grandes cantidades hacia la zona central del actual territorio argentino, llegando hasta la misma provincia de Buenos Aires. Influyeron culturalmente tanto en los pampas como en las otras parcialidades que ocupaban esta región, como el caso de los pehuenches que tratamos en este apartado. Este fenómeno de aculturación se lo denominó araucanización.
Finalizando con los pehuenches es oportuno comentar que fueron bastante bravíos combatiendo y arrasaron en más de una oportunidad poblaciones del conquistador europeo como ocurrió con la estancia jesuítica “La Arboleda” –situada en el sur de Mendoza- que en 1666 la destruyeron totalmente. Estos ataques no se limitaron al oriente de la cordillera sino que en ocasiones la atravesaban y acometían contra poblados chilenos. Si bien se los conoce desde tiempos lejanos hablando el “chilidugu” de los mapuches chilenos, algunos etnólogos manifiestan que primariamente tenían un vocabulario en el que usaban palabras del dialecto “milcayac” de la lengua huarpe (Raone, 1963)

PUELCHES
Los patagones del Norte, llamados también puelches o mejor aún puelche-guénaken; nombre que según el Perito Moreno se lo asignaron ellos mismos. La zona que ocuparon estos aborígenes está comprendida entre sudoeste de La Pampa, este de Neuquén, la provincia de Río Negro y sur de la provincia de Buenos Aires llegando cerca de la actual ciudad Mar del Plata.
Según datos del etnólogo francés Alcides D’Orbigny, quien fue uno de los primeros que estuvo en contacto con estos aborígenes, nos dice que eran de estatura media y de físico corpulento con cierta similitud con los patagones (ubicados más al sur). Fueron primitivamente cazadores de guanacos y ñandúes, cuya carne era su sustento principal. Más tarde, en el siglo XVIII, comenzaron a comer carne de caballo, animal que cazaban en las llanuras meridionales de la provincia de Buenos Aires. No obstante, también recolectaban raíces, semillas que molían entre dos piedras para hacer harina y preparaban bebidas alcohólicas.
Sus principales armas eran el arco y la flecha, las bolas y el lazo, con ellas cazaban y peleaban. En tiempos más recientes, cuando ya eran indios ecuestres, usaban para la guerra la lanza larga y el coleto de cuero.
Su vestimenta consistía en un manto hecho de varias pieles cosidas con tendones que generalmente se conoce con el nombre de “quillango”. En una primera etapa lo hacían con pieles de guanaco y zorro y luego con la de caballo, las que ostentaban pinturas de carácter geométrico del lado opuesto al pelo. Ambos sexos usaban esta indumentaria, los hombres por debajo llevaban un taparrabo triangular atado a la cintura y las mujeres un delantalillo también de piel. Hombres y mujeres se pintaban la cara y algunas partes del cuerpo con distintos colores y como tocado usaban una vincha. Se caracterizaban por ser nómades por lo que sus viviendas eran algo precarias para hacerlas desarmables y sus desplazamientos estaban motivados por la busca de lugares de caza. Se han encontrado algunos restos de alfarería pero no conocían el tejido. Las mantas o prendas tejidas que usaban las adquirían de los araucanos  de Chile.
Su lengua llamada “gününe yájitch” aunque, tenía cierta semejanza con la de los tehuelches. Como la mayoría de estos pueblos habían elaborado ritos funerarios y los muertos eran enterrados en grutas o cavernas envueltos en su manto y junto a sus armas y adornos. Se sacrificaban los animales que habían pertenecido al difunto y se prendía fuego al toldo bajo el cual había vivido. Todo esto para que en la otra vida pudiera disponer de todo lo que le había pertenecido.
Otras parcialidades que habitaron la región y de las que se conoce muy poco fueron los leuvuches –del araucano leuvu= río y che= gente– que, como bien lo indica su denominación, vivieron junto a los ríos, especialmente el Limay, y también hay indicios que lo hicieron a la vera del Neuquén, Negro y Colorado. Eran muy aficionados a la pesca y se los considera de raza puelche, y desaparecieron junto con éstos y fueron araucanizados. En la zona del Nahuel Huapi habitaba una parcialidad que se denominaba poya que se los vincula con los patagones del norte o gününa kune y otra denominada vurilolche o vuriloche, muy similares entre si y desaparecieron tempranamente (S. XVII). Otro agrupamiento aborigen fue descrito por el Perito Moreno que los denominó genanquenes, pero posteriormente fueron considerados como puelches-génaken.
Todas las culturas de la región vieron su final en 1883, cuando tuvo su apogeo la acción bélica contra ellos desatada por iniciativa del Presidente Julio A. Roca, que se conoce como la “Conquista del Desierto”. Sus tierras nunca más las recuperaron –a excepción de pequeños reductos- y fueron muertos y tomados prisioneros y luego repartidos en estancias u obrajes donde los quisieran tener (Raone, 1963).

HISTORIA DE CÓMO SE GESTÓ EL ÁREA DE PROTEGIDA. ASPECTOS ECOLÓGICOS.
El texto que se leerá a continuación fue suministrado por la dirección de la  Reserva Universitaria prospectada.

La degradación de ecosistemas desérticos y semidesérticos en el Norte de la Patagonia es constante y alarmante. Un ejemplo se encuentra en la Provincia del Neuquén, que tiene el 92 % de su territorio con niveles de desertificación que van desde leves a muy graves (del Valle et al., 2006).
A diferencia de lo que ocurriría en ecosistemas más apreciados por el hombre como el bosque, el desmonte de zonas áridas o semiáridas es aplaudido por la sociedad, que ve como una mejora o una limpieza la eliminación de la flora y fauna autóctona y su reemplazo como lo muestra la expresión: “Si el monte es bajo se limpia con un doble arado; estamos hablando de 400 a 500 $/ha.” (Barchiessi, 2006).
No faltan quienes consideran que las remotas estepas patagónicas son el lugar ideal para depositar residuos de cualquier tipo y origen, incluso nucleares (Ciallella, 1997).
Los enormes incendios que desvelan a los ambientalistas preocupados por el bosque, pasan inadvertidos si queman plantas nativas conocidas popularmente como matasebos, chañares, melosas, o animales como escorpiones, reptiles, o aves que habitan los jarillales. Las superficies afectadas por quemas suelen justificarse por necesidad para el manejo de la ganadería extensiva y muchas veces escapan de los límites previstos (Bran et.al., 2001).
Tampoco se reconoce a las zonas áridas como dignas para ser protegidas en Reservas Naturales. La provincia del Neuquén, en donde el ecosistema de monte ocupa  un 41% del territorio, sólo está protegido en un 1,14% (Mazieres, 2004). 
El uso agrícola productivo del monte en Neuquén y Río Negro se fundamenta en la creación de ecosistemas de sustitución, mediante la irrigación y la constante transformación de tierras para la implantación de cultivos intensivos con variedades de crecimiento rápido. Si bien existen investigaciones que muestran alternativas de nuevos cultivos nativos con bajos requerimientos hídricos para zonas áridas de Argentina (Ravetta, 2006),  no se registran en estas provincias experiencias de uso de la flora autóctona con fines productivos.
La situación expuesta hasta aquí no es sorprendente si se examina la historia ecológica del continente. Desde la colonización de América se visualizó a la naturaleza como enemiga (Brailovsky y Foguelman, 2005). Posteriormente la llamada Campaña del Desierto, intentó decididamente extinguir a los aborígenes, instalando primero una visión de las estepas del sur como un sitio hostil e improductivo, para justificar el avance de la frontera agropecuaria. La norpatagonia fue pensada históricamente en términos de problema: hábitat natural del «salvaje del desierto» o de los «bárbaros del desierto» (Navarro Floria, 2002). Este último autor menciona que Avellaneda propone al ministro Roca la derrota del «desierto» como tarea política: «debe proseguirse inevitablemente mientras la frontera civilizada tenga por enemigo al indio y por delante al desierto que lo engendra».
Este proceso provocó una intensa y sistemática destrucción de las culturas nativas poseedoras de saberes sobre el uso y protección de los recursos naturales. La desintegración social y cultural de los pueblos originarios derivó finalmente en su incorporación a la sociedad blanca en términos absolutamente marginales (Bendini, 2005).
Ya en el siglo XX en el Alto Valle de Río Negro se construyen canales de riego e ingresan al norte de la patagonia inmigrantes desde distintos lugares del mundo invitados a producir la tierra. En otros puntos norpatagónicos como el norte de Neuquén la población se constituyó a partir de pobladores más heterogéneos procedentes de Mendoza, Chile y Bonaerenses remanentes de tropas de expedicionarios (Bendini, 2005).
Los nuevos habitantes con su marco cultural lograron transformar el desierto en un vergel frutihortícola. Lamentablemente el vergel creado en base a sistemas de riego ineficientes y a especies con requerimientos ecológicos fuera de las condiciones ambientales existentes produjo consecuencias negativas tanto a nivel natural como social. De acuerdo con el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), las zonas bajo riego en Argentina afectadas por sales totalizan unas 500.000 ha, y aproximadamente el 10% de éstas corresponden a suelos que forman parte del Alto Valle de Río Negro y Neuquén (Gili et.al., 2004).
A nivel social el modelo frutihortícola produce pobreza en los pequeños productores y ganancias capitalistas concentradas (Radonich et. al., 2005).
Investigaciones del Libiquima (Laboratorio de biología, química y ambiente) de la Universidad Nacional del Comahue, vienen mostrando consecuencias carcinogénicas y otros efectos perjudiciales de los venenos que se usan para controlar plagas de los monocultivos en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén (Magnarelli et. al. 2002, 2005 a, b). 
En lo referente a la producción en secano, en el norte Neuquino la ganadería de caprinos, vacunos y equinos desarrollada por los pobladores criollos sin apoyo técnico, llevó al proceso de desertificación y al consecuente riesgo de extinción de la biodiversidad (Ayesa et. al. 1996; Roenick y Ayesa, 1992; Pérez, 2005).
La actividad hidrocarburífera sumó como impacto ambiental la fragmentación del hábitat por desmontes para caminos y picadas, con consecuencias en la fauna de vertebrados (Fiori y Zalba, 2000; Bonenti y Pérez, 2005; Llancapán y Pérez, 2006).
Actualmente encontramos afianzada una visión poco positiva de las zonas áridas, campos degradados y/o contaminados y a pocos sobrevivientes de los pobladores originarios pidiendo reivindicaciones (Werken Kvrvf , 2007; Seguel, 2007).
El limitado aprecio por los ecosistemas áridos se manifiesta también en el sistema educativo.
Algunas publicaciones han descripto experiencias acotadas en el tiempo sobre enseñanza de la biodiversidad y ecología en patagonia (Carrió et. al., 2002) que no se han sostenido desde los organismos educativos (Pérez, 2006 a).
Son escasos los materiales curriculares destinados a la enseñanza de temas de biología y ecología de los desiertos patagónicos (Pérez, 2001 a, 2001 b, 2001 c). Estas producciones tienen poco número de ejemplares y no están acompañadas de capacitación masiva para su utilización. A su vez, se ha señalado la ausencia de políticas que promuevan nuevos escenarios de construcción de contenidos curriculares que aporten alternativas para la enseñanza de la biología acorde a los contextos en donde se producen los procesos de enseñanza y aprendizaje (Pérez, 2006 a).
Si bien hay consenso en que el conocimiento científico no es aséptico y está cargado de componentes ideológicos y socio-políticos, la enseñanza de la biología en norpatagonia, rara vez toma en cuenta el contexto histórico, cultural, político o económico (Pérez,  2006 b).
Frente a este panorama  un grupo de docentes e investigadores de la Universidad Nacional del Comahue tomó la iniciativa de crear el Área Protegida "Parque Universitario Provincia del Monte", en un ambiente periurbano de la ciudad de Neuquén. La intención fue poner a disposición de docentes, alumnos y la población en general conocimientos sobre los ambientes áridos y semiáridos, en particular el Monte (Cabrera, 1976), y lo que Primack et. al. (2001) denominan valor directo e indirecto de la biodiversidad.
Mazieres (op. cit.), realizó la primera investigación en el predio de la Universidad, y describió la presencia de una sorprendente diversidad de plantas nativas en comparación con otras áreas protegidas que incluyen ecosistema de monte en la Provincia del  Neuquén. Este trabajo brindó la información de base para justificar la creación del área y para el primer libro de difusión. En ese mismo año se iniciaron desde la Escuela Superior de Salud y Ambiente capacitaciones y talleres para docentes en donde se abordaron contenidos sobre los ambientes patagónicos, se debatió el rol de las áreas protegidas en la educación y se detectaron necesidades para la enseñanza de la ecología y biodiversidad regional del profesorado de biología en la zona de influencia de la Universidad. Una de estas instancias se organizó en forma conjunta con la Asociación de Docentes de Biología (Adbia- filial Neuquén) con quien se llevó a cabo el taller  “Biodiversidad  ¿Es posible la protección a partir de la educación?”. Esta actividad fue coordinada  por una docente e investigadora con experiencia en un área protegida similar: la Dra. Antonia Oggero, directora  del Bosque Autóctono “El Espinal” de la Universidad Nacional de Río Cuarto.
En el año 2006 con la información obtenida por Mazieres (op. cit.) y tras la obtención de nuevos resultados de investigaciones en marcha en el área protegida, se comenzaron a brindar visitas guiadas para alumnos de todos los niveles educativos referidas al valor del ecosistema del monte.

En el año 2007 se realizó el herbario, se instaló un vivero especies nativas con fines educativos y de investigación, y el Área Protegida ingresó en la Red Argentina de Jardines Botánicos.

 

Investigación y Textos: Gabriel Omar Rodriguez
Agradecimiento especial por el aporte de información relevante:
Lic. Daniel R. Pérez
Escuela Superior de Salud y Medio Ambiente
Universidad Nacional del Comahue
Neuquén


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