PARQUE
NACIONAL
MBURUCUYÁ
Ubicación
El Parque Nacional
Mburucuyá
se ubica en el
noroeste de la
provincia de Corrientes,
en el Departamento
del mismo nombre,
entre las siguientes
coordenadas: 57°
59´ y
58° 08´
W y 27° 58´
y 26°
05´ S. El
predio está
atravesado en
sentido oeste-este
por la ruta provincial
N° 86 que
une las localidades
de Mburucuyá
(cabecera del
Departamento)
con Palmar Grande.
La primera localidad
y la ciudad de
Corrientes están
separadas por
algo menos de
150 kilómetros.
Superficie
La superficie
del Parque Nacional
Mburucuyá
es de17.680 hectáreas.
Fecha
e instrumento
legal de creación
En noviembre
de 1991, don Troles
Myndel Pedersen,
con título
de abogado obtenido
en su Dinamarca
natal y
convertido con
el transcurso
de los años
en un eximio botánico,
firmó -junto
con su esposa-
un convenio con
la Administración
de Parques Nacionales
mediante el cual
donaba algo más
de quince mil
hectáreas
que constituían
los campos que,
desde el año
1945 en el que
arribó
a la Argentina,
utilizó
como medio de
vida. Desde el
momento en que
se hizo cargo
de la propiedad,
su fina sensibilidad
le hizo percibir
que se encontraba
en una región
muy particular
por la enorme
riqueza
de su flora y
su fauna. Por
esta razón,
realizó
la explotación
agrícologanadera
en forma tal que
no afectara, al
menos en su totalidad,
esa gran riqueza
natural. Este
gesto de ceder
miles de hectáreas
de campo con la
condición
de convertirlas
en un parque nacional
debe ser valorado
como un acto de
grandeza que tuvo
un sólo
dos precedentes
en la Argentina:
la donación
de aproximadamente
7000 hectáreas
que, en 1903,
el Dr. Francisco
P. Moreno efectúa
a favor del Estado
nacional para
la creación
del Parque Nacional
Nahuel Huapi y
la cesión,
por parte de la
empresa Ledesma
S.A., de las tierras
que hoy constituyen
el Parque Nacional
Calilegua.
El doctor Pedersen
llegó a
colectar 1300
especies de plantas
en su campo, con
las que formó
un herbario de
gran importancia.
Algunas de estas
especies fueron
nuevas para la
ciencia.
Luego avanzaron
los trámites
que impone la
ley 22.351 para
la creación
de áreas
protegidas nacionales,
y la provincia
de Corrientes
cedió a
la Nación
el dominio y la
jurisdicción
de estas tierras
por medio de la
Ley 4.930 del
20 de junio de
1995, con el cargo
de que se las
afectara al sistema
nacional. Finalmente,
la Ley Nacional
25.407, sancionada
en el año
2001, las incorpora
definitivamente
a la lista de
los parques nacionales
de la Argentina,
con una superficie
de 17.680 ha.
Relieve
Si bien predominan
las llanuras,
el relieve de
la provincia de
Corrientes presenta
un declive de
este a oeste en
forma escalonada.
El primer escalón
se sitúa
en la cuenca del
río Aguapey,
lugar donde finaliza
el extremo suroeste
de la meseta misionera.
El segundo “peldaño”
se extiende, ensanchándose
hacia el sur,
hasta la línea
de falla que cruza
la provincia en
sentido noreste-suroeste
- aproximadamente
entre las localidades
de Ituzaingó
y Esquina–,
por la que corren
las aguas del
río Corrientes.
A partir de allí
comienza el tercer
escalón,
donde predominan
los esteros y
lagunas.
Las desigualdades
geomorfológicas
del territorio
correntino tienen
su origen en el
pasado geológico,
cuando una
corriente de lava
se desplazó
y solidificó
sobre su superficie
cubriendo mantos
más antiguos
y rellenando cuanta
hendidura encontrara
en su camino,
dando lugar a
rocas de origen
volcánico.
Este proceso se
denomina geológicamente
colada basáltica,
que en este caso
provino del Brasil
y cubrió
todo lo que hoy
es el territorio
correntino. Con
el correr del
tiempo, esta base
quedó sepultada
por sedimentaciones
posteriores
(proceso por el
cual las partículas
de la erosión
producida por
cualquier agente
se depositan en
la superficie)
y luego afloró
en las márgenes
del río
Uruguay y en las
de sus afluentes
y en diversos
lechos fluviales.
Originó
también
desniveles como
los conocidos
saltos del Apipé,
entre otros. Desde
esa temprana edad
geológica,
la provincia se
caracterizó
por una marcada
asimetría
entre el este
y el oeste: el
primero elevado
y sometido a la
erosión
y el segundo
deprimido y afectado
por una intensa
sedimentación.
Más tarde,
los movimientos
que acompañaron
a la formación
de los Andes tuvieron
incidencia en
Corrientes, originando
una importante
falla (rotura
de los estratos
de rocas al ser
sometidos a grandes
presiones) que,
partiendo de los
saltos de Apipé,
continuó
por el borde de
la cuenca del
Iberá hasta
formar la profunda
cuenca del río
Corrientes; al
oeste de esa línea
quedaron las zonas
deprimidas. Posteriormente,
el Alto Paraná,
que primitivamente
se volcaba en
el río
Uruguay a través
del curso del
Aguapey, fue desplazándose
hacia el oeste,
hasta que en la
última
era geológica
una nueva falla
lo encauzó
en su actual recorrido.
En su retirada,
el río
dejó una
extensa
zona de esteros
y bañados
como el de Santa
Lucía,
que cubre todo
el límite
del sur del P.N
Mburucuyá.
Los suelos del
parque son, en
términos
generales, de
textura arenosa–franca.
El manto arenoso
se asienta sobre
un material arcilloso
que no dificulta
la permeabilidad.
Hidrografía
Los cursos
de agua de la
zona son en su
mayoría
tributarios del
río Paraná,
por lo cual, geográficamente,
pertenecen a la
Cuenca del Plata.
Sin lugar a dudas,
el estero Santa
Lucía,
que desagua en
el Paraná
a través
del río
Santa Lucía
a la altura de
la ciudad de Goya,
es el espejo de
agua más
relevante del
área. La
parte norte del
parque está
ocupada por dos
cuerpos de agua:
las cañadas
Potrillo y Fragoza;
la primera vierte
sus aguas, a través
del arroyo Flores,
en el estero Santa
Lucía.
En el resto de
la superficie
existen varios
esteros y bañados,
de poca importancia
desde el punto
de vista hidrográfico,
y multitud de
lagunas.
Clima
El clima es el
propio de sitios
bajos y aguas
estancadas, que
actúan
como fuentes de
evaporación
permanente. Este
fenómeno,
entre otros factores,
reduce la probabilidad
de heladas y aumenta
el período
medio anual libre
de ellas a unos
345 días.
Gran parte de
la provincia de
Corrientes está
afectada por vientos
de origen atlántico,
portadores de
nubes provenientes
del noreste, el
este y el sureste,
fenómeno
que reduce significativamente
la heliofanía
(horas asoleadas).
En el norte de
la provincia,
donde se sitúa
el Parque Nacional
Mburucuyá,
el clima es, en
rasgos muy generales,
de tipo subtropical
cálido,
con mínima
amplitud térmica
anual y abundantes
precipitaciones
que decrecen de
noreste a suroeste
y se distribuyen
casi regularmente
durante todo el
año, aunque
se manifiesta
cierta reducción
en verano y otra,
algo más
marcada, en invierno.
La precipitación
anual de Corrientes
es de unos 1300
mm. Los especialistas
señalan
en esta región
una zona, a la
que denominan
“núcleo
del chaco oriental”,
que se caracteriza
por su régimen
complejo de lluvias.
Los registros
meteorológicos
básicos
(temperatura y
precipitaciones)
fueron tomados
desde 1961 hasta
2000 por el doctor
Pedersen. En base
a estos registros
se ha analizado
el período
1961-1990 (Montanelli
y González,
1998), lo que
dio como resultado
que la temperatura
media anual, en
las tres décadas
consideradas,
oscila entre 21°
C y 23° C.
La humedad promedio
anual es de 75,9
% (década
1980-1989).
En el Parque,
la estación
más lluviosa
es el otoño
y la más
seca el invierno.
Flora
La distribución
actual de las
plantas -fitogeografía-
en la Argentina
fue motivo de
diversas interpretaciones
por parte de los
especialistas.
No obstante, prevalecen
las divisiones
efectuadas por
A. Cabrera (1976),
J. Morello (1974,
1978), y, más
recientemente,
por el trabajo
titulado Eco-regiones
de la Argentina,
elaborado por
la ex Secretaría
de Recursos Naturales
y Desarrollo Sustentable
junto con la Administración
de Parques Nacionales
a través
del Programa de
Desarrollo Institucional
Ambiental - PRODIA
- (Burkart, R.;
Bárbaro,
N.O.; Sánchez,
R.O. y Gómez,
D.A., 1999), que
se utiliza como
patrón
para la regionalización
de los ambientes
naturales del
país.
Según
este trabajo,
el Parque Nacional
Mburucuyá
se encuentra en
una zona donde
se produce una
división
de ambientes:
en primer término,
parte del área
ocupa lo que se
denominan los
Esteros del Iberá,
que se ubican
en el oeste y
norte de la provincia
de Corrientes.
Este sector está
formado por una
planicie con drenaje
indefinido y pobre,
lo que contribuye
a la formación
de esteros y bañados.
El paisaje presenta
sectores de monte
con vegetación
semixerófila
de un solo estrato,
compuesto mayoritariamente
por el ñandubay
(Prosopis affinis)
y en menor cantidad
el espinillo (Acacia
caven)
(muy vistoso en
épocas
de floración
por el color amarillo
dorado de sus
flores presentadas
en cabezuelas
globosas), el
chañar
(Geoffroea
decorticans),
el legendario
algarrobo negro
(Prosopis nigra),
el tala (Celtis
tala) y las
palmeras yatay
(Butia yatay)
y pindó
(Arecastrum
romanzzoffianum).
El tapiz herbáceo
lo constituyen
principalmente
gramíneas
y ciperáceas
halófilas
(vegetación
que necesita suelos
salinos) acompañadas
de los conocidos
caraguatáes
(Aechmea sp.).
En zonas inundables
encontramos juncales,
carrizales y pajonales.
La otra región
fitogeográfica
representada en
el Parque es la
del Espinal, que
abarca el centro
y sur de la mencionada
provincia. En
las planicies
levemente onduladas
con esteros, riachos
y cuencas deprimidas
en las que se
acumulan sedimentos
fluvio lacustres
del sector correntino
del Espinal, los
suelos son
neutros a ligeramente
alcalinos. La
vegetación
se dispone, alternadamente,
bajo la forma
de parques y sabanas,
configurando un
paisaje muy vistoso
debido la gama
de ambientes que
presenta: esteros
-que ocupan mayor
superficie-, palmares,
bosques, pastizales
y pajonales. Los
árboles
más característicos
son el quebracho
blanco (Aspidosperma
quebracho-blanco),
el quebracho colorado
chaqueño
(Schinopsis
balansae),
el espina de corona
(Gleditsia
amorphoides),
cuyas espinas
defensivas llegan
a medir hasta
8 cm de largo
y se dispersan
en el tronco y
en las primeras
ramas, el viraró
(Ruprechia
laxiflora),
y el urunday (Astronium
balansae),
que, al igual
que el quebracho,
produce el codiciado
tanino.
El estrato arbustivo
es denso y enmarañado
y en él
encontramos el
garabato negro
(Acacia atramentaria)
y cactáceas,
entre muchas otras
especies. El estrato
herbáceo
conforma amplios
espacios de gramíneas
y ciperáceas
halófilas
alternadas con
pequeños
quebrachales.
En las zonas más
deprimidas encontramos
pequeños
algarrobales junto
con inciensos
(Schinus sp.),
coronillos (Scutia
buxifolia),
talas (Celtis
tala), y palmeras
caranday (Copernicia
alba). La
flora acuática
flotante es también
variada y sólo
mencionaremos
las principales
especies que se
observan en abundancia:
camalotales del
género
Eichhornia y repollitos
de agua (Pistia
stratiotes).
La riqueza florística
del parque es
invalorable, dado
que se registran
más de
mil trescientas
especies, algunas
de las cuales
fueron descriptas
como nuevas para
la ciencia. Otro
dato relevante
es que muchos
grupos vegetales
tienen en esta
zona su distribución
más austral,
como es el caso
de las familias
Mayacáceas,
Eurocauláceas,
Xyridáceas
y Najadáceas
( R. Kiesling,
in litt). Ejemplos
de especies que
es raro encontrar
en otros lugares
del país
son Cyperus
mauri, Eleocharis
villaricensis,
Rynchospora
brittonii,
R. confinis
y R. holoschoenoides
y una liliácea,
Camassia biflora,
entre muchas otras.
Expertos del prestigioso
Instituto Darwinion
destacan como
muy importante
la existencia
de una buena cantidad
de especies (46)
del orden de los
helechos (Pteridóphytas)
porque su presencia
abundante indica
que el hábitat
no ha sido muy
dañado.
En cuanto a la
flora exótica,
según registros
del doctor Pedersen
se detectaron
setenta y una
especies.
Aún no
se confeccionó
una lista oficial
de especies vegetales
en peligro que
pueda servir de
base para aplicarla
al Parque Nacional
Mburucuyá.
Ante esta carencia,
optamos por tomar
una lista confeccionada
para pajonales
del sur de Misiones
(Fontana, 1996)
y la lista internacional
de especies en
peligro establecida
por la Unión
Internacional
para la Conservación
de la Naturaleza
(UICN), (Walter
y Gillett, 1998)
En el listado
que se detalla
a continuación
-extraído
de los trabajos
referidos precedentemente-
se mencionan las
especies en peligro
(EP), las que
son endémicas
para la Argentina
(EN), las que
se consideran
en retroceso y,
por ende, exigen
que se de prioridad
a su estudio (LC
y R) y las especies
características
de etapas serales
tardías.
Las etapas serales
son la sucesión
de comunidades
en una determinada
área; cuando
una de ellas desaparece
y da lugar a otra
distinta nos encontramos
con una nueva
etapa seral.
Acanthaceae
Dicliptera
niederleiniana
(EN regional)
Dyschoriste
humilis (EN
regional)
Anacardiaceae
Schinus bumelioides
(EN norte)
Apiaceae
Lilaeopsis
attenuata
(EN Buenos Aires,
Chaco, Corrientes)
Asteraceae
Baccharis
darwinii (EN
centro-norte)
Calea platylepis
(EP)
Conyza lorentzii
(EN norte)
Eupatorium
squarroso-ramosum
(EP)
Grindelia
tehuelches
(EN centro-norte)
Vernonia chaquensis
(EN Chaco-Corrientes-Formosa)
Vernonia loretensis
(EP)
Brassicaceae
Lepidium stuckertianum
(EN norte)
Rorippa bonariensis
(EN Corrientes,
Entre Ríos,
Misiones)
Convolvulaceae
Convolvulus
crenatifolius
(EP)
C. schulzei
(EN Chaco, no
citada para Corrientes)
Dichondra
sericea
(EN regional)
Ipomoea malvaeoides
var. argentea
(EN Corrientes)
Cyperaceae
Rhynchospora
pungens (EP)
Euphorbiaceae
Acalypha communis
var. salicifolia
(EN Chaco, Misiones,
no citado para
Corrientes)
Cnidosculus
loasoides
(EN Chaco, Corrientes,
Misiones)
Euphorbia
pedersenii
(EN Corrientes)
Jatropha pedersenii
(EN Corrientes)
Fabaceae
Adesmia macrostachya
(EN centro, no
citada para Corrientes)
Galactia fiebrigiana
var. correntina
(EN Corrientes,
Entre Ríos)
Lupinus paraguariensis
(EP)
Mimosa callosa
(EP)
Prosopis affinis
(LC y R)
Rhynchosia
diversifolia
(EP)
Stylosanthes
hippocampoides
Icacinaceae
Citronella
paniculata
Arecaceae
Butia yatay
(LC y R)
Iridaceae
Cypella herbertii
(EP)
Sisyrinchium
minus (EN
regional).
Sisyrinchium
vaginatum (EN
Corrientes y Entre
Ríos)
Labiatae
Ocimum selloi
(EP)
Limnocharitaceae
Hydrocleis
modesta
Malvaceae
Pavonia cryptica
(EN Corrientes,
Entre Ríos
y Santa Fe).
Solanum megalocarpon
(EN Chaco, Corrientes,
Formosa y Misiones)
Orchidaceae
Pelexia paludosa
(EN Chaco y Corrientes)
Poaceae
Paspalum intermedium
(EN Corrientes).
Zizianopsis
vallanensis
(EN Chaco, Corrientes,
Santa Fe).
Fauna
La fauna de vertebrados,
teniendo en cuenta
que el área
originariamente
tuvo presión
antrópica,
es también
muy abundante.
Seguramente, a
partir de la protección
legal que ha recibido
el área,
con el transcurso
del tiempo las
poblaciones con
pocos ejemplares
de algunas especies
irán incrementándose.
Las cantidades
de especies de
cada grupo faunístico
que se registraron
son las siguientes:
47 de peces, 28
de anfibios (
lo que representa
cerca del 56 %
de los citados
para la provincia
de Corrientes),
30 de reptiles
( equivalen al
36 % de los que
habitan en la
provincia), 289
de aves (supera
el 50 % del total
provincial) y
33 de mamíferos
autóctonos.
Estas cifras son
aproximadas, por
cuanto las investigaciones
se encuentran
en curso y afrontan
una serie de dificultades,
como la poca antigüedad
del parque nacional,
los hábitos
de algunos grupos
animales y la
dinámica
de las poblaciones.
Las grandes superficies
de agua presentes
en Corrientes,
principalmente
esteros y lagunas,
hacen que la provincia
tenga una gran
riqueza ictícola.
Hay aproximadamente
175 especies
de peces en todo
su territorio,
por lo que las
47 censadas en
el Mburucuyá
nos muestran claramente
el gran valor
del área
en cuanto a este
grupo faunístico,
destacándose
la gran representatividad
de peces caracoides.
Con respecto
a los batracios,
si bien la gran
mayoría
de las especies
halladas son de
amplia distribución
en el litoral
y algunas, incluso,
en regiones del
país más
alejadas, se destaca
la presencia de
Argenteohyla
siemersi pederseni,
por el momento
subespecie endémica
de la región,
restringida a
los bosques subxerófilos,
y con localidad
tipo en el Parque
Nacional Mburucuyá.
No falta la rana
criolla (Leptodactylus
ocellatus),
que envuelve sus
huevos en una
especie de espuma
blanca que llama
la atención
al que desconoce
este curioso mecanismo
de defensa de
su progenie, o
las simpáticas
ranitas trepadoras
enanas (Hyla
nana), de
tan solo dos centímetros
de longitud y
dorso ocráceo
o amarillento,
que ponen huevos
en racimos adheridos
a plantas acuáticas.
Sin lugar a dudas,
el espectáculo
de los batracios
es más
sonoro que visual.
En medio de las
tórridas
noches es realmente
magnifico escuchar
una verdadera
sinfonía
de croares que
abarcan todas
las notas musicales.
Sobre un total
de aproximadamente
80 especies de
reptiles para
toda la provincia
de Corrientes,
las 30 que se
encuentran en
este área
protegida también
denotan la importancia
de la misma para
este grupo zoológico.
Por la curiosidad
que despiertan
en los visitantes,
se destacan las
dos especies de
yacarés:
el Caiman yacare,
conocido comúnmente
como yacaré
negro y el Caiman
latirostris
o yacaré
ñato u
overo. Este último
se diferencia
del anterior principalmente
por su hocico
corto, ancho y
de borde redondeado.
En cuanto al
status de las
mencionadas especies,
cabe acotar que
el de ambas es
el de “vulnerable”.
El yacaré
overo figura en
el Apéndice
I de la Cites
(Convención
Internacional
sobre el Tráfico
de Especies Amenazadas
de Fauna y Flora
Silvestres) y
en el orden internacional
se lo considera
“en peligro”.
El Caiman yacare
está incluido
en el Apéndice
II y su status
internacional
es el de “indeterminado”.
Cabe destacar
que las especies
enlistadas en
el Apéndice
I gozan de protección
absoluta, ya que
su comercialización
internacional
está prohibida.
Las del Apéndice
II sólo
pueden comercializarse
bajo determinadas
y estrictas medidas
de control.
También
hay representantes
del orden de las
tortugas, de las
cuales la más
común es
Phrynops hilarii,
conocida como
tortuga de agua
o de arroyo, entre
otros nombres
vulgares.
Lagartos como
Tupinambis
merianae –lagarto
overo o iguana-
y lagartijas como
Teius oculatus,
llamada comúnmente
lagartija verde
o teyú
(de unos treinta
y cinco centímetros
de longitud incluída
la cola) se suman
a la lista de
saurios.
Para completar
el espectro de
la fauna reptiliana
hay que mencionar
a los ofidios.
En el parque habitan
la mítica
yarará
grande, Bothrops
alternatus
, y la yarará
chica, Bothrops
neuwiedi
diporus
, cuya longitud
ronda los setenta
u ochenta centímetros,
contra el metro
y medio de la
grande. La familia
de las boas (Boidae)
está presente
con una integrante
que no pasa inadvertida:
la curiyú
(Eunectes notaeus),
cuya longitud
llega a los cuatro
metros y tiene
como hábitat
preferido al agua.
Finalmente, debemos
mencionar a otros
ofidios como Hydrodynastes
gigas, conocida
con el nombre
de ñacaniná
o yacaniná,
que supera los
dos metros de
longitud y es
de hábitos
semiacuáticos,
la culebra ñuazó
(Leptophis
ahaetulla marginatus),
de intenso color
verde con reflejos
azulados y hábitos
arborícolas,
Liophis meridionalis,
Liophis jaegeri
coralliventris,
llamada culebra
verde de panza
rosada o culebra
vientre rosado,
cuyo dorso luce
un verde muy intenso
con una difusa
franja rojiza
en la línea
vertebral, Thamnodynastes
strigilis,
Wagleorophis
meremii, denominada
sapera por su
hábito
de alimentarse
de anfibios, y
otras especies
que son comunes
en la región
chaqueña
húmeda.
Como ocurre en
zonas tropicales
y subtropicales,
las aves, por
ser el grupo animal
que más
permite su observación,
es el que concentra
la atención
de los visitantes.
Hay censadas aproximadamente
289 especies,
lo que representa
casi un 30% del
total de citas
para la Argentina.
Estas cifras permiten
deducir que la
presencia de avifauna
en el Parque Nacional
Mburucuyá
es muy significativa.
En él
habitan cinco
especies de loros
(Psitácidos),
entre las que
cabe mencionar
al calancate común
(Aratinga acuticaudata),
el calancate ala
roja (Aratinga
leucophthalmus),
y el loro hablador
(Amazona
aestiva),
muy codiciado
por los amantes
de las aves en
cautiverio. Además
del tucán
grande (Ramphastos
toco) y del
famoso urutaú
(Nyctibius
griseus),
que con un mimetismo
sorprendente se
posa en el extremo
de algún
tronco semejando
ser una continuación
del mismo, varias
especies de lechuzas
se encuentran
presentes con
representantes
de las familias
Tytonidae y Strigidae,
próximas
evolutivamente
a la familia Caprimulgidae.
La familia de
los caprimúlgidos
está constituida
por varias especies
de aves de hábitos
crepusculares
y nocturnos, cuya
característica
notable es su
costumbre de posarse
en los caminos,
lo que les dio
el nombre de atajacaminos.
Dentro de esta
familia hay algunas
especies que se
caracterizan por
poseer largas
colas, como el
atajacaminos tijereta
(Hydropsalis
brasiliana),
cuya cola mide
unos 40 centímetros
y es bastante
común en
Mburucuyá.
Dentro de las
rapaces están
presentes el sangual
(Pandion haliaetus),
una pescadora
muy rara en estas
latitudes, el
águila
negra (Buteogallus
urubitinga),
cuyo porte estando
posada se aproxima
a los 64 cm, el
aguilucho colorado
(Heterospizias
meridionalis),
el aguilucho pampa
(Busarellus
nigricollis),
con cierto parecido
al anterior pero
de cabeza blanca
y un notable collar
negro, y el gavilán
de patas largas
(Geranospiza
caerulescens),
de unos 45 cm
desde las patas
a la cabeza, que
se traslada entre
la vegetación
dando pequeños
y ágiles
saltitos de una
rama a otra. Infaltables
son el chimango
(Milvago chimango)
y el carancho
(Polyborus
plancus),
las rapaces más
comunes de la
Argentina, más
carroñeras
que cazadoras
y adaptables a
una gran variedad
de ambientes.
En cuanto a las
aves acuáticas,
la variedad es
realmente sorprendente
en respuesta,
obviamente, a
la abundancia
de espejos de
agua de distinto
tipo. Las tres
especies de cigüeñas
que habitan en
la Argentina –Mycteria
americana,
Euxenura maguari
y Jabiru mycteria-
están presentes
en Mburucuyá
junto con unas
diez especies
de patos (Anatidae),
once de garzas
(Ardeidae), tres
especies de bandurrias
( Threskiornithidae),
y el aninga (Anhinga
anhinga),
cuyo gran tamaño
recuerda a un
biguá (Phalacrocorax
brasilianus)
pero posee un
cuello extremadamente
largo que la hace
inconfundible.
Dentro de la
larga nómina
de aves
cabe mencionar
al emblemático
ñandú
(Rhea americana),
dos especies de
inambúes
(Tinamidae), que
los españoles
llamaron
“perdices”
por su parecido
con esas aves
del viejo mundo,
y varias especies
de gallaretas,
gallinetas o pollas
de agua, pertenecientes
a la familia Rallidae.
Seis especies
de picaflores
(Trochilidae)
engalanan la florida
vegetación
del parque, en
tanto las palomas
están presentes
con siete representantes
de su familia
(Columbidae).
La familia Cuculidae,
que incluye a
los pirinchos,
los anóes
y los crespines,
muestra siete
especies, entre
las que se destaca
el anó
grande (Crotophaga
major). Es
un ave hermosa,
de color azul
oscuro con un
brillo verdoso
en el dorso y
que, posada, mide
unos cuarenta
centímetros
de longitud entre
la cabeza y la
cola. Los carpinteros
(Picidae), con
unas diez especies
presentes en el
área, recrean
la vista del visitante
de Mburucuyá.
No se puede cerrar
esta lista
de aves sin nombrar
al tingazú
(Piaya cayana),
que posee una
cola muy larga
(30 cm). Algunas
especies de gaviotas
(Laridae), gaviotines
(Sternidae) y
de chorlos y playeros
(Scolopacidae)
habitan las lagunas,
los esteros y
sus playas dentro
del área
protegida.
En lo referente
a los passeriformes,
la diversidad
es tan grande
que, para evitar
el tedio del lector,
omitiremos un
listado de los
mismos. No obstante,
mencionaremos
las principales
familias que están
presentes en el
Parque Nacional.
Los trepadores
o chincheros (Dendrocolaptidae)
son un grupo de
pájaros
americanos muy
característicos
por poseer, en
su mayoría,
largos picos curvos
que utilizan para
alimentarse de
pequeños
insectos que habitan
en los troncos.
Los horneros,
leñateros
y pijuíes
(Furnaridae) son
también
un grupo americano
que está
muy bien representado
en Mburucuyá;
los tiránidos
(Tyrannidae) también
exclusivos de
América,
cuentan con
cincuenta y cinco
especies en el
área. La
de los emberizídos
(Emberizidae)
es otra familia
representada por
cerca de cincuenta
especies, entre
las que se destacan
por su vistosidad
los cardenales,
las corbatitas,
los capuchinos,
los jilgueros,
los chingolos
y las monteritas.
Las golondrinas
(Hirundinidae)
se muestran con
unas ocho especies,
muchas de ellas
migratorias.
Los estudios
preliminares a
la creación
del parque detectaron
en la zona once
especies de aves
que hasta esa
fecha (marzo 1992)
no se habían
registrado en
el lugar.
Algunas especies
de la avifauna
que habita el
Parque Nacional
Mburucuyá
están en
situaciones comprometidas
en cuanto a su
subsistencia.
Tal es el caso
de Falco
peregrinus,
considerada “vulnerable”
en el orden nacional
e internacional
e incluida en
el Apéndice
I de CITES. También
se consideran
amenazadas las
siguientes especies:
atajacaminos ala
negra (Eleothreptus
anomalus),
monjita dominica
(Xolmis dominicana),
tachurí
canela (Polystictus
pectoralis),
tachurí
coludo (Culicivora
caudacuta),
yetapá
de collar (Alectrurus
risora), capuchino
castaño
(Sporophila
hypochroma),
corbatita oliváceo
(S. frontalis),
capuchino pecho
blanco (S.
palustris),
capuchino corona
gris (S. cinnamonea)
y cachilo de antifaz
(Coryphaspiza
melanotis).
Además,
están próximas
a adquirir status
de amenazadas:
el yabirú
(Jabiru mycteria),
el yetapa chico
(Alectrurus
tricolor),
el capuchino canela
(Sporophila
hypoxantha)
y el capuchino
garganta café
(S. ruficollis).
Narosky e Yzurieta
(1987) consideran
como raras o de
difícil
observación
en la Argentina
cinco especies
que están
presentes en este
parque nacional.
Estas son: el
milano cabeza
gris (Leptodon
cayanensis),
el pato real (Cairina
moschata),
el milano chico
(Gampsonyx
swainsonii),
el aguilucho cola
corta (Buteo
brachyurus)
y el picaflor
de antifaz
(Polytmus guainumbi).
Se comprobó
que 84 de las
especies censadas
nidifican en el
parque.
Con respecto
a los mamíferos,
el Parque
Nacional Mburucuyá
es tan pródigo
como en el resto
de los grupos
de vertebrados.
En cuanto a los
marsupiales, debemos
señalar
la presencia de
la comadreja overa
(Didelphis
albiventris),
con su típica
coloración
blanca y negra,
que es muy común
en bosques, campos,
sabanas, y hasta
cerca de las viviendas
humanas. Están
presentes también
la comadreja colorada
(Lutreolina
crassicaudata)
que, como su nombre
lo indica, luce
una coloración
predominantemente
pardo rojiza,
y la marmosa común
o comadrejita
enana, (Thylamys
pusillus),
que algunos autores
prefieren incluir
en el género
Marmosa y
cuya biología
es bastante desconocida.
El orden de los
quirópteros
(murciélagos)
es el más
numeroso en cuanto
a especies. Aquellas
cuya presencia
se ha comprobado
son las siguientes:
murciélago
pescador chico
(Noctilio albiventris);
murciélago
pescador grande
(N. leporinus);
vampiro común
(Desmodus rotundus);
murciélago
cara listada (Artibeus
lituratus);
murciélago
flor de lis (Sturnira
lilium); moloso
chico (Eumops
patagonicus);
moloso enano (Molossus
temminckii);
moloso castaño
(Molossus ater);
moloso coludo
(Molossus molossus);
moloso común
(Tadarida brasiliensis);
murciélago
tostado mediano
(Eptesicus
furinalis)
y murciélago
vespertino amarillo
(Myotis simus).
Del orden cingulata
están presentes
la mulita grande
o tatú-hú
(Dasypus novemcintus),
la mulita chica
(D. septemcinctus)
y el tatú
peludo (Euphractus
sexcinctus).
Un hecho significativo
que señala
el buen estado
de conservación
de amplios sectores
de lo que eran
las estancias
Santa Teresa y
Santa María
es el avistaje,
en 1991, del tamanduá
u oso melero (Tamandua
tetradactyla),
documentado con
fotografías.
Gran variedad
de roedores llamados
generalmente ratas
o ratones de campo
se cobijan en
la gran superficie
del parque. El
conocido carpincho
(Hydrochaeris
hydrochaeris)
es la “estrella”
dentro de este
grupo.
En el orden de
los primates,
la familia Cebidae
está presente
con el carayá
negro (Alouata
caraya), el
mono tal vez más
conocido a nivel
popular de los
que habitan la
Argentina. Su
presencia es más
o menos abundante
y sus estridentes
gritos se escuchan
habitualmente.
Los carnívoros
están presentes
con la familia
Canidae: el aguará-guazú
o lobo de crin
(Chrysocyon
brachyurus
) fue visto en
varias oportunidades
pese a sus hábitos
huidizos. Además,
habitan en el
parque el zorro
gris pampeano
o, en lengua guaraní,
aguará-chaí
(Dusicyon gymnocercus)
y el zorro de
monte o aguará-í
(Cerdocyon
thous). De
la familia Procyonidae
están presentes
el osito lavador
o aguará-popé
(Procyon cancrivorus),
el lobito de río
(Lontra
longicaudis),
muy perseguido
por el valor de
su piel, y el
conocido zorrino
común (Conepatus
chinga), cuya
repelente secreción
anal, que utiliza
como medio de
defensa, no sólo
lo ha hecho respetable
sino que le dio
gran resultado
en cuanto a supervivencia,
dado que es abundante
en buena parte
del territorio
argentino.
Entre los felinos
se citan el gato
moro, también
llamado gato eirá
(Herpailurus
yaguarondi)
y el gato montés
común (Oncifelis
geoffroyi)
.
El orden Artiodactyla,
que agrupa a mamíferos
ungulados paridigitados,
cuyos dedos están
envueltos en una
funda córnea
conocida como
“pezuña”,
incluye a la familia
Cervidae (cérvidos).
Esta familia se
hace presente
en el lugar con
un ciervo muy
valorado por su
escasez y vistosidad:
el ciervo de los
pantanos (Blastocerus
dichotomus),
y la corzuela
parda o guazuncho
(Mazama gouazoupira)
más abundante
que el anterior.
Se detectó
la presencia de
tres especies
exóticas
de mamíferos:
la rata noruega
(Rattus norvegicus),
la rata negra
(Rattus rattus)
y la liebre europea
(Lepus eurupaeus).
Entre los mamíferos
con status comprometido
podemos citar
las siguientes
especies: el aguará-guazú
(Chrysocyon
brachyurus),
declarado “en
peligro”
en el orden nacional,
y “vulnerable”
internacionalmente,
el lobito de río
(Lontra longicaudis)
con la misma categorización
queel anterior,
el yaguarundí
o gato moro (Herpailurus
yaguarondi),
declarado fuera
de peligro en
el país
y con status internacional
indeterminado,
y el ciervo de
los pantanos (Blastocerus
dichotomus),
en peligro en
el orden nacional
y vulnerable en
el internacional.
Recursos
culturales
La información
disponible respecto
de las etapas
más antiguas
del poblamiento
de estas regiones
es todavía
fragmentaria.
Como obstáculo
para la obtención
de abundante y
fidedigna información,
a esto se suman
dos factores:
a) que los habitantes
precolombinos
de estas latitudes
–al igual
que muchos otros-
no poseían
sistemas de escritura,
y b) el proceso
de aculturación
a que fueron sometidos,
por lo cual muchos
aspectos culturales,
como por ejemplo
sus creencias,
no han llegado
hasta nosotros.
No obstante,
se sabe con suficiente
aproximación
que la ocupación
humana inicial
se remonta a unos
12.000 años
AP. (antes del
presente) y que
hubo continuos
procesos de cambio
en la distribución
de las poblaciones.
Más precisamente,
los registros
señalan
que en la zona
del Paraná
medio –donde
se sitúa
el Parque Nacional
Mburucuyá-
los primeros asentamientos
humanos se produjeron
hace unos 8.000
años AP.
Los últimos
en ingresar a
la zona fueron
los tupí-guaraní,
que lo hicieron
provenientes de
la Amazonia, hace
sólo unos
1.200 años
AP. e influyeron
notoriamente en
los habitantes
preexistentes.
Había
distintos grupos
ubicados a lo
largo de las costas
del río
Paraná
a la altura de
la zona que nos
ocupa, que se
denominaban (a
sí mismos
y entre un pueblo
y otro) Quiloazás
y Calchines, estos
últimos
localizados un
poco más
al sur. Estos
aborígenes,
como los que habitaban
el resto del litoral,
eran pescadores,
cazadores y recolectores.
Dispusieron de
una variada fauna
tanto terrestre
como acuática
y, para la caza,
utilizaban flechas
con puntas de
piedra o hueso.
Confeccionaron
también
artefactos de
sílex,
cuarcita y basalto
tallados por percusión
directa y a veces
por presión.
Además,
se encontraron
bolas de piedra
pulida, hachas,
percutores y otros
elementos líticos.
Estos artefactos
indicarían
tanto la adopción
de técnicas
de caza para áreas
abiertas (las
boleadoras) como
el aprovechamiento
de frutos y semillas
existentes en
el borde del bosque
y los palmares
(recolección).
Algunos de estos
cazadores adoptaron
con el tiempo
la alfarería,
es decir, la construcción
de objetos de
barro o porcelana
para cocinar o
contener líquidos,
entre otros usos;
otros, en cambio,
permanecieron
sin utilizarla
hasta épocas
históricas.
Se sabe que,
hace unos 1.000
años, poblaciones
cada vez más
numerosas de cazadores
y pescadores ocuparon
la ribera del
Paraná
y sus islas. Al
parecer, habían
logrado un equilibrio
alimenticio entre
especies terrestres
y acuáticas.
Pescaban con aparejos
de cerámica
y anzuelos de
hueso. También
hay indicios del
uso de redes,
arpones y arco
y flecha para
la caza. Navegaban
con canoas hechas
de troncos ahuecados
y es interesante
señalar
cómo estos
antiguos habitantes
estaban estrechamente
vinculados con
todos los elementos
de la naturaleza.
El contacto con
ésta era
permanente y su
aprovechamiento,
sin lugar a dudas,
se limitaba a
la extracción
de lo necesario
para vivir.
Esta estrecha
relación,
especialmente
con la fauna,
se ve reflejada
muy claramente
en los adornos
de los utensilios.
Se encontraron
en la zona estudiada
vasijas cuya boca
estaba adornada
con apéndices
que representan
pájaros,
especialmente
loros, y mamíferos
como el coipo
y el carpincho.
Por último,
es muy importante
volver a mencionar
que, antes de
la llegada de
los españoles,
parte de estas
tierras mesopotámicas
fueron ocupadas
por una cultura
más avanzada
que las que estaban
en el lugar: los
tupí-guaraní.
Estos hombres
ya conocían
la agricultura,
construían
viviendas comunales
con techos a dos
aguas hechos con
barro, paja y
madera y tenían
desarrollados
algunos aspectos
de organización
social. Utilizaban
un sistema de
cultivo que se
denomina “roza”,
consistente en
talar y quemar
el bosque para,
luego, cavar entre
las cenizas fértiles
y sembrar (este
sistema es utilizado
aún hoy
por los lugareños).
Consumían
la yerba mate
pero no la cultivaban;
sólo lo
hicieron cuando
los jesuitas desarrollaron
la técnica
para este cultivo.
La cultura guaraní
es la que más
perduró
de todas las que
había en
estas tierras
desde las épocas
prehispánicas.
El ejemplo más
elocuente lo constituye
la lengua guaraní,
que se habla en
nuestros días,
y a cuya supervivencia
los jesuitas aportaron
enormemente con
la elaboración
de diccionarios
y gramáticas.
En Corrientes,
sobre todo en
áreas alejadas
de los centros
poblados, el guaraní
es, actualmente,
la lengua madre
de los pobladores
porque es la primera
que aprenden;
realidad cultural
que las autoridades
gubernamentales
no siempre respetan.
La llegada de
los españoles
se produjo con
las expediciones
de Sebastián
Caboto y
García
de Moguer, en
1527 y 1528 respectivamente,
a las que le siguieron
la de don Pedro
de Mendoza (1536)
y más tarde,
ya en la segunda
mitad del siglo
XVI, las de otros
adelantados, entre
los que se destacó
la de Ortiz de
Zárate,
que funda la ciudad
de ese nombre.
La descripción
física
de los pueblos
lítoraleños
y los comentarios
sobre sus formas
culturales se
encuentran en
los relatos de
Ulrico Schmidl,
que acompañó
a don Pedro de
Mendoza, en el
Diario de López
de Souza y en
los expedientes
del juicio a Caboto,
entre otros escritos
con referencias
menos claras.
En el siglo XVIII,
con las obras
de los jesuitas
Paucke y Dobrizhoffer,
se accede a información
precisa sobre
las culturas mesopotámicas,
pero lamentablemente
el panorama étnico
para entonces
había cambiado
muchísimo.
Después,
con información
parcial y dispersa,
se intentó
reconstruir la
historia de los
pueblos originarios
que ocuparon la
zona del litoral.
En épocas
más recientes,
numerosos viajeros
europeos dejaron
testimonios de
su paso por la
Argentina. En
el caso de Corrientes
y de la zona donde
se encuentra el
Parque Nacional
Mburucuyá,
es el relato de
Alcides d´Orbigny,
“Viaje por
América
Meridional”
– cuyo primer
volumen lo finalizó
en 1828-
el que describe
con grandes detalles
y apreciaciones
certeras la geografía
de la zona. También
el marino, posteriormente
convertido en
naturalista, don
Félix de
Azara, cita en
sus crónicas
los pagos de Mburucuyá.
A mediados del
siglo XVIII comienzan
a instalarse en
la zona de Mburucuyá
los primeros colonos,
provenientes de
distintos lugares
de Europa. La
población
comenzó
agrupándose
en torno de una
capilla, vice-parroquia
dependiente de
la de San José
de las Saladas,
bajo el liderazgo
de don José
Maidana, quien
había donado
los campos donde
se instaló
el pueblo.
Las tierras del
actual Parque
Nacional fueron
colonizadas hace
algo más
de 100 años
y, hasta 1928,
estaban pobladas
por tan sólo
60 familias que
manejaban unas
6000 cabezas de
ganado bovino.
Luego de este
período,
las tierras fueron
adquiridas por
la familia Pedersen,
que las mantuvo
siempre bajo una
presión
ganadera controlada.
En 1945, la propiedad
es heredada por
Troels Myndel
Pedersen, nacido
en Dinamarca y
abogado de profesión
–aunque
luego se volcó
totalmente a la
botánica-
que continúa
con el criterio
de llevar a cabo
una explotación
racional, cuidando
aun más
este aspecto que
sus antecesores.
Ocupa las dos
viejas estancias
Santa Teresa y
Santa María
e instala un herbario
de gran importancia
para el cual colectó
más de
mil especies
vegetales.
Después
de muchos años
de actividad en
los que alternaba
sus labores agropecuarias
con su vocación
por el mundo vegetal,
decidió
donar al Estado
Nacional los campos
y sus instalaciones
con la finalidad
que se crease
un parque nacional.
Con este gesto
de nobleza muy
poco común,
en noviembre de
1991 se formalizó
la donación
y hoy contamos
con un área
representativa
del chaco húmedo
en el sistema
nacional de áreas
protegidas.
Alternativas
turísticas
La localidad
más próxima
al parque es Mburucuyá,
cabecera del departamento
homónimo.
Allí el
visitante dispone
de todos los servicios
básicos,
como hospital,
estación
de servicio, comercios,
policía,
teléfono,
correo y tres
hoteles de categoría
media. En la sede
local de la Subsecretaría
de Cultura y Turismo
se puede obtener
información
y folletería
sobre el parque
nacional. El teléfono
de esta oficina
es 03783-498022
para llamar desde
la Argentina y,
para hacerlo desde
el exterior, se
deben anteponer
a este número
los dígitos
054.
Las otras localidades
próximas
–muy pequeñas-
son Manantiales
y Palmar Grande,
que sólo
ofrecen comestibles,
teléfono
público
y correo. Más
distante se encuentra
el poblado de
Saladas, que posee
mejores servicios
en cuanto a hospedaje
y una oficina
de turismo que
informa sobre
el Parque y el
estado de la rutas.
La capacidad hotelera
de Saladas asciende
a 103 plazas.
Para acceder
al parque desde
Mburucuyá
hay servicios
de remises que
parten desde la
plaza Mitre (la
principal).
Desde la capital
provincial, Corrientes,
funciona un servicio
de ómnibus
–empresa
San Antonio- que
realiza cinco
viajes diarios
hasta Mburucuyá,
pasando en algunos
casos por la localidad
de Saladas. Para
consultas llamar
al teléfono
03782-498125.
Los visitantes
del parque pueden
pasar el día
en el área
o acampar en el
área habilitada
del centro de
visitantes.
Lugares
para visitar
El Parque cuenta
con varios senderos
peatonales de
fácil recorrido,
que describimos
someramente a
continuación,
y tres senderos
vehiculares: el
Camino del Quebrachal,
un antiguo circuito
construido por
los propietarios
de las estancias
Santa Teresa y
Santa María
para acceder a
la lomada ubicada
entre las dos
cañadas
principales del
predio; la ruta
provincial N°
86, que cruza
el parque de eeste
a oste, y finalmente
los cortafuegos
del palmar de
yatay.
Los senderos
peatonales permiten
descubrir parte
de esta extensa
superficie viviendo
una aventura que
dejará
imborrables impresiones
en cada uno de
nuestros sentidos.
El perfume de
las plantas, el
incesante croar
de las ranas,
los variados cantos
de las aves y
los sonidos producidos
por una pléyade
de insectos, junto
al espectáculo
visual, producen
sensaciones que
sólo si
se viven pueden
interpretarse.
Durante la noche,
nos sorprenderá
el notorio aumento
de los croares
de los batracios,
cuyo rumor seguramente
quedará
grabado en nuestros
oídos.
1)
Sendero peatonal
Yatay.- Su
entrada está
al borde de la
ruta provincial
N° 86. Es
un camino ancho,
de unos 4 metros,
que anteriormente
era vehicular.
En el recorrido
se pueden apreciar
un monte de laureles,
un palmar de yatay
con ejemplares
relativamente
jóvenes,
otro palmar de
yatay maduro donde
se pueden obtener
excelentes fotografías,
y un viejo puesto
de la estancia
abandonado, rodeado
de eucaliptos
y algunos árboles
frutales, con
sus paredes cubiertas
por líquenes,
hepáticas
y hongos. Luego
aparece un vistoso
pastizal inundable
de paja colorada
donde pueden verse
algunas aves que
usan como hábitat
ese ambiente y,
al finalizar el
camino, nos sosrpende
la inmensidad
el estero Santa
Lucía,
cuyas dimensiones
hacen invisible
la costa opuesta.
Hay un pequeño
muelle donde se
aprecia la abundante
vegetación
palustre que crece
en las márgenes,
y sobre el espejo
de agua vuelan
incesantemente
bandadas de patos,
cuervillos de
cañada,
algunos gaviotines
(dos especies),
cigüeñas,
garzas y muchas
otras aves acuáticas.
Por lo tanto,
este sitio es
recomendable para
que, prismáticos
en mano, el observador
de aves aguarde
al acecho y viva
un festín
de avistajes.
2)
Sendero Cheroga.-
Fue abierto recientemente
y su entrada se
ubica frente al
centro de visitantes,
sobre la ruta
N° 86. Posee
un ancho de dos
metros y
su recorrido nos
muestra la extraordinaria
variedad de vegetación
del lugar.
3)
Sendero del Potrero
Seis.- Es un largo
camino por el
que hace muchos
años circulaban
vehículos,
aunque en la actualidad
se utiliza sólo
como peatonal.
Llega hasta la
zona donde el
ambiente del parque
cambia notoriamente,
pasando de los
esteros y lomadas
arenosas al quebrachal.
Durante el recorrido
hay una gran variedad
de paisajes de
gran belleza,
especialmente
el que configuran
los pequeños
esteros rodeados
de vegetación
selvática.
Se ingresa por
la Ruta N°
86 a la altura
de la seccional
de guardaparques
“Alcides
D´dorbigny”
y resulta muy
propicio para
el avistaje de
aves y fauna en
general.
Cómo
llegar
El acceso al
Parque por la
ruta provincial
86, desde la pequeña
ciudad de Mburucuyá,
requiere recorrer
unos 20 kilómetros
de camino de tierra
que, en caso de
lluvias intensas,
se hace dificultoso
para los automóviles.
Quienes provengan
del norte (Corrientes
capital, Resistencia,
Formosa) o del
sur (Buenos Aires,
Santa Fe, Paraná
entre otras ciudades)
deberán
llegar por la
ruta nacional
N° 12 hasta
su intersección
con la ruta
nacional
N° 118. En
este lugar se
debe girar hacia
el este continuando
por la ruta 118
hasta que
los carteles indiquen
la localidad de
Saladas; allí,
dirigirse hacia
la misma para
luego continuar
por la ruta provincial
N° 13 que
conduce a la ciudad
de Mburucuyá,
desde donde se
continúa
por la ruta provincial
N° 86 que,
como se indicó
precedentemente,
cruza el parque
nacional.
Desde Posadas
se puede acceder
a la localidad
de Palmar Grande
por un recorrido
que es transitable
todo el año
y que consiste
en tomar
la ruta nacional
Nº12, desviando
por la provincial
Nº118. Antes
de llegar a San
Miguel se toma
la ruta asfaltada
Nº5 hasta
la localidad de
Nuestra Señora
del Rosario de
Caá-Catí
y, desde allí,
se continúa
por la ruta de
tierra Nº13
(37 km desde el
desvío
de la ruta asfaltada
Nº5, y 256
km desde Posadas).
Otra alternativa
para llegar todo
el año
es partir desde
Corrientes por
la ruta nacional
Nº5 hasta
la localidad de
Nuestra Señora
del Rosario de
Caá-Catí,
desviando allí
por la ruta de
tierra Nº13
(37 km desde el
desvío
de la ruta Nº5,
y 161 km desde
Corrientes). Este
acceso, aunque
un poco más
largo que la vuelta
por Saladas, siempre
está transitable,
ya que los 47
km sin asfaltar
(37 hasta Palmar
Grande y 10 más
hasta la entrada
del Parque) son
de arena.
Problemas
de conservación
Por tratarse
de un área
protegida que
anteriormente
estuvo destinada,
al menos parcialmente,
a la explotación
agropecuaria,
algunos obstáculos
para la conservación
son remanentes
de aquella circunstancia.
Por ejemplo, aún
existen muchos
de los alambrados
que dividían
el campo en 27
potreros. Estas
vallas afectan
el desplazamiento
normal de la fauna,
quitan la sensación
visual de lugar
agreste y facilitan
la dispersión
natural de vegetales
no deseados, que
se propagan a
través
de las deposiciones
de las aves que
se posan sobre
los alambrados.
Como en otras
áreas protegida,
también
resulta un problema
común el
ingreso de ganado
a través
de roturas en
los cercos de
campos colindantes.
En el caso que
nos ocupa, esto
ocurre especialmente
en los potreros
identificados
con los números
7 y 13.
Los animales
domésticos
que escapan del
control de las
personas, ya sean
pobladores aislados
que quedaron en
el predio del
parque o personal
que se desempeña
en el área
protegida, pueden
convertirse en
un serio problema,
especialmente
los perros, que
se convierten
en predadores
“agregados”
al ecosistema.
Lo mismo ocurre
con los gatos
domésticos,
aunque aparentemente,
la probabilidad
de que se conviertan
en cazadores es
menor que en el
caso de los canes.
La existencia
de especies vegetales
foráneas
constituye una
grave amenaza
para el ambiente.
La capacidad de
reproducción
de este tipo de
plantas
nunca puede evaluarse
con precisión
de antemano, y
muchas veces resulta
muy difícil
erradicar una
especie exótica
que afecta por
competencia a
otra nativa. En
Mburucuyá
hay especies exóticas
ornamentales
cerca de los antiguos
cascos y
puestos de las
estancias que
bien pueden ser
reemplazadas por
ornamentales del
lugar. Hay focos
con presencia
de hierbas exóticas
y proliferación
del guayabo
(Psidium guajava),
de origen tropical.
Otro elemento
que atenta contra
la conservación
del parque es
la presencia de
nueve pozos a
cielo abierto
para arrojar basura.
En cuanto a la
fauna, se observa
mortandad de carpinchos
por el llamado
“mal de
caderas”.
Además,
faltan estudios
biológicos
de algunas poblaciones
animales para
determinar su
grado de presencia,
como es el caso
del gato montés
(Oncifelis
geoffroyi),
el aguará-guazú
(Chrysocyon
brachyurus),
el tamanduá
u oso melero (Tamandua
tetradactyla),
el ciervo de los
pantanos (Blastocerus
dichotomus),
y de las aves
migratorias del
pastizal, cuyos
avistajes directos
o de huellas y
deposiciones nos
estarían
indicando escasez
de ejemplares.
Otro inconveniente
para la conservación
reside en la interrupción
del drenaje natural
de la Cañada
Potrillo por insuficientes
desagües
en los terraplenes
que la cruzan
en los potreros
8 y 1.
Un factor indirecto
de mucha importancia
para la conservación
del área
protegida es el
valor que tenga
para la población.
El desinterés
y el desconocimiento
del público
en general redunda
en que las autoridades
adopten esa misma
actitud. En el
Parque Nacional
Mburucuyá
ocurre este fenómeno
y no se observan
acciones tendientes
a corregir esta
situación.
Otro serio problema
es el de los cazadores
furtivos –situación
común a
muchas áreas
protegidas- que
ingresan al parque
por numerosos
sectores y que
no sólo
provocan incendios
para facilitar
la caza y exportar
pieles, sino que
también
extraen miel silvestre
en la lomada vecina
a la cañada
Fragosa (potreros
10, 7, 8 y 6).
No podemos dejar
de mencionar que
uno de los factores
que más
atenta contra
la preservación
del área
es la ruta provincial
86, que divide
el parque en dos
partes. Esto
dificulta en alguna
medida el traslado
de la fauna de
un lugar a otro
y provoca –no
pocas veces- el
atropellamiento
de animales. Pese
a que los conductores
saben que están
circulando por
un área
protegida, no
controlan la velocidad
de los vehículos.
Por último,
la posibilidad
de circulación
rápida
facilita la caza
desaprensiva ejercida
desde los mismos
vehículos,
en una suerte
de una práctica
de tiro al blanco.
El tránsito,
que no es escaso,
también
ocasiona el lanzamiento
de residuos de
todo tipo.
Desde hace unos
seis años
aproximadamente,
la Administración
de Parques Nacionales,
junto con el INTA,
están experimentando
distintas alternativas
para el manejo
del fuego con
la finalidad de
favorecer el desarrollo
de las comunidades
florísticas.
A criterio del
doctor Pedersen,
las quemas anuales
o bienales en
parches permitieron
la supervivencia
de numerosas especies
de valor especial
propias del pastizal
sin afectar a
las comunidades
de bosques de
laurel, ya que
la alta humedad
bajo la cobertura
densa y perenne
del laurel imposibilita
el ingreso del
fuego. También
se comprobó
experimentalmente
que la eliminación
del fuego en pastizales
del chaco húmedo
favoreció
el avance del
monte, perdiéndose
diversidad florística.
Por lo expuesto,
si se aplican
las pautas técnicas
que recomiendan
los expertos nacionales
e internacionales,
el fuego debe
ser un considerado
como un elemento
útil para
el manejo de algunos
ambientes de las
áreas naturales
protegidas.
La dificultad
para acceder al
parque por el
mal estado de
la ruta 86, principalmente
en el tramo de
tierra roja frente
a los potreros
16 y 18, constituye
un problema más.
Además
de perjudicar
el ingreso de
público
en general, retrasaría
cualquier tipo
de auxilio (policía,
ambulancia, bomberos)
proveniente de
la localidad de
Mburucuyá.
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Omar Rodriguez
Supervisión
Técnica
Honoraria: Juan
Carlos Chebez