Mburucuyá

Parque Nacional - Corrientes

 

Galería de Fotos
Fotografías: Michel H. Thibaud y Lucio Contigiani

PARQUE    NACIONAL    MBURUCUYÁ

Ubicación 

El Parque Nacional Mburucuyá se ubica en el noroeste de la provincia de Corrientes, en el Departamento del mismo nombre, entre las siguientes coordenadas: 57° 59´ y  58° 08´ W y 27° 58´ y  26° 05´ S. El predio está atravesado en sentido oeste-este por la ruta provincial N° 86 que une las localidades de Mburucuyá (cabecera del Departamento) con Palmar Grande. La primera localidad  y la ciudad de Corrientes están separadas por algo menos de 150 kilómetros.

Superficie

La superficie del Parque Nacional Mburucuyá es de17.680 hectáreas.

Fecha e instrumento legal de creación

En noviembre de 1991, don Troles Myndel  Pedersen, con título de abogado obtenido en su Dinamarca  natal  y convertido con el transcurso de los años en un eximio botánico, firmó -junto con su esposa- un convenio con la Administración de Parques Nacionales mediante el cual donaba algo más de quince mil hectáreas que constituían los campos que, desde el año 1945 en el que arribó a la Argentina, utilizó como medio de vida. Desde el momento en que se hizo cargo de la propiedad, su fina sensibilidad le hizo percibir que se encontraba en una región muy particular por la enorme riqueza  de su flora y su fauna. Por esta razón, realizó la explotación agrícologanadera en forma tal que no afectara, al menos en su totalidad, esa gran riqueza natural. Este gesto de ceder miles de hectáreas de campo con la condición de convertirlas en un parque nacional debe ser valorado como un acto de grandeza que tuvo un sólo dos precedentes en la Argentina: la donación de aproximadamente 7000 hectáreas que, en 1903, el Dr. Francisco P. Moreno efectúa a favor del Estado nacional para la creación del Parque Nacional Nahuel Huapi y la cesión, por parte de la empresa Ledesma S.A., de las tierras que hoy constituyen el Parque Nacional Calilegua.

El doctor Pedersen llegó a colectar 1300 especies de plantas en su campo, con las que formó un herbario de gran importancia. Algunas de estas especies fueron nuevas para la ciencia.

Luego avanzaron los trámites que impone la ley 22.351 para la creación de áreas protegidas nacionales, y la provincia de Corrientes cedió a la Nación el dominio y la jurisdicción de estas tierras por medio de la Ley 4.930 del 20 de junio de 1995, con el cargo de que se las afectara al sistema nacional. Finalmente, la Ley Nacional 25.407, sancionada en el año 2001, las incorpora definitivamente a la lista de los parques nacionales de la Argentina, con una superficie de 17.680 ha.

Relieve

Si bien predominan las llanuras, el relieve de la provincia de Corrientes presenta un declive de este a oeste en forma escalonada. El primer escalón se sitúa en la cuenca del río Aguapey, lugar donde finaliza el extremo suroeste de la meseta misionera. El segundo “peldaño” se extiende, ensanchándose hacia el sur, hasta la línea de falla que cruza la provincia en sentido noreste-suroeste  - aproximadamente entre las localidades de Ituzaingó y Esquina–, por la que corren las aguas del río Corrientes. A partir de allí comienza el tercer escalón, donde predominan los esteros y lagunas.

Las desigualdades geomorfológicas del territorio correntino tienen su origen en el pasado geológico, cuando  una corriente de lava se desplazó y solidificó sobre su superficie cubriendo mantos más antiguos y rellenando cuanta hendidura encontrara en su camino, dando lugar a rocas de origen volcánico. Este proceso se denomina geológicamente colada basáltica, que en este caso provino del Brasil y cubrió todo lo que hoy es el territorio correntino. Con el correr del tiempo, esta base quedó sepultada por sedimentaciones posteriores (proceso por el cual las partículas de la erosión producida por cualquier agente se depositan en la superficie) y luego afloró en las márgenes del río Uruguay y en las de sus afluentes y en diversos lechos fluviales. Originó también desniveles como los conocidos saltos del Apipé, entre otros. Desde esa temprana edad geológica, la provincia se caracterizó por una marcada asimetría entre el este y el oeste: el primero elevado y sometido a la erosión y el  segundo deprimido y afectado por una intensa sedimentación. Más tarde, los movimientos que acompañaron a la formación de los Andes tuvieron incidencia en Corrientes, originando una importante falla (rotura de los estratos de rocas al ser sometidos a grandes presiones) que, partiendo de los saltos de Apipé, continuó por el borde de la cuenca del Iberá hasta formar la profunda cuenca del río Corrientes; al oeste de esa línea quedaron las zonas deprimidas. Posteriormente, el Alto Paraná, que primitivamente se volcaba en el río Uruguay a través del curso del Aguapey, fue desplazándose hacia el oeste, hasta que en la última era geológica una nueva falla lo encauzó  en su actual recorrido.

En su retirada, el río dejó una extensa  zona de esteros y bañados  como el de Santa Lucía, que cubre todo el límite del sur del P.N Mburucuyá.

Los suelos del parque son, en términos generales, de textura arenosa–franca. El manto arenoso se asienta sobre un material arcilloso que no dificulta la permeabilidad.

Hidrografía

Los cursos  de agua de la zona son en su mayoría tributarios del río Paraná, por lo cual, geográficamente, pertenecen a la Cuenca del Plata. Sin lugar a dudas, el estero Santa Lucía, que desagua en el Paraná a través del río Santa Lucía a la altura de la ciudad de Goya, es el espejo de agua más relevante del área. La parte norte del parque está ocupada por dos cuerpos de agua: las cañadas Potrillo y Fragoza; la primera vierte sus aguas, a través del arroyo Flores, en el estero Santa Lucía. En el resto de la superficie existen varios esteros y bañados, de poca importancia desde el punto de vista hidrográfico, y multitud de lagunas.

Clima

El clima es el propio de sitios bajos y aguas estancadas, que actúan como fuentes de evaporación permanente. Este fenómeno, entre otros factores, reduce la probabilidad de heladas y aumenta el período medio anual libre de ellas a unos 345 días. Gran parte de la provincia de Corrientes está afectada por vientos de origen atlántico, portadores de nubes provenientes del noreste, el este y el sureste, fenómeno que reduce significativamente la heliofanía (horas asoleadas).

En el norte de la provincia, donde se sitúa el Parque Nacional Mburucuyá, el clima es, en rasgos muy generales, de tipo subtropical  cálido, con mínima amplitud térmica anual y abundantes precipitaciones que decrecen de noreste a suroeste y se distribuyen casi regularmente durante todo el año, aunque se manifiesta cierta reducción en verano y otra, algo más marcada, en invierno. La precipitación anual de Corrientes es de unos 1300 mm. Los especialistas señalan en esta región una zona, a la que denominan “núcleo del chaco oriental”, que se caracteriza por su régimen complejo de lluvias.

Los registros meteorológicos básicos (temperatura y precipitaciones) fueron tomados desde 1961 hasta 2000 por el doctor Pedersen. En base a estos registros se ha analizado el período 1961-1990 (Montanelli y González, 1998), lo que dio como resultado que la temperatura media anual, en las tres décadas consideradas, oscila entre 21° C y 23° C. La humedad promedio anual es de 75,9 % (década 1980-1989).

En el Parque, la estación más lluviosa es el otoño y la más seca el invierno.

Flora

La distribución actual de las plantas -fitogeografía- en la Argentina fue motivo de diversas interpretaciones por parte de los especialistas. No obstante, prevalecen las divisiones efectuadas por A. Cabrera (1976), J. Morello (1974, 1978), y, más recientemente, por el trabajo titulado Eco-regiones de la Argentina, elaborado por la  ex Secretaría de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable junto con la Administración de Parques Nacionales a través del Programa de Desarrollo Institucional Ambiental - PRODIA - (Burkart, R.; Bárbaro, N.O.; Sánchez, R.O. y Gómez, D.A., 1999), que se utiliza como patrón para la regionalización de los ambientes naturales del país.

Según este trabajo, el Parque Nacional Mburucuyá se encuentra en una zona donde se produce una división  de ambientes: en primer término, parte del área ocupa lo que se denominan los Esteros del Iberá, que se ubican en el oeste y norte de la provincia de Corrientes. Este sector está formado por una planicie con drenaje indefinido y pobre, lo que contribuye a la formación de esteros y bañados. El paisaje presenta sectores de monte con vegetación semixerófila de un solo estrato, compuesto mayoritariamente por el ñandubay (Prosopis affinis)  y en menor cantidad el espinillo (Acacia caven)  (muy vistoso en épocas de floración por el color amarillo dorado de sus flores presentadas en cabezuelas globosas), el chañar (Geoffroea decorticans), el legendario algarrobo negro (Prosopis nigra), el tala (Celtis tala) y las palmeras yatay (Butia yatay) y pindó (Arecastrum  romanzzoffianum).

El tapiz herbáceo lo constituyen principalmente gramíneas y ciperáceas halófilas (vegetación que necesita suelos salinos) acompañadas de los conocidos caraguatáes (Aechmea sp.). En zonas inundables encontramos juncales, carrizales y pajonales.

La otra región fitogeográfica representada en el Parque es la del Espinal, que abarca el centro y sur de la mencionada provincia. En las planicies levemente onduladas con esteros, riachos y cuencas deprimidas en las que se acumulan sedimentos fluvio lacustres del sector correntino del Espinal, los suelos son  neutros a ligeramente alcalinos. La vegetación se dispone, alternadamente, bajo la forma de parques y sabanas, configurando un paisaje muy vistoso debido la gama de ambientes que presenta: esteros -que ocupan mayor superficie-, palmares, bosques, pastizales y pajonales. Los árboles más característicos son el quebracho blanco (Aspidosperma quebracho-blanco), el quebracho colorado chaqueño (Schinopsis balansae), el espina de corona (Gleditsia amorphoides), cuyas espinas defensivas llegan a medir hasta 8 cm de largo y se dispersan  en el tronco y en las primeras ramas, el viraró (Ruprechia laxiflora), y el urunday (Astronium balansae), que, al igual que el quebracho, produce el codiciado tanino.

El estrato arbustivo es denso y enmarañado y en él encontramos el garabato negro (Acacia atramentaria)  y cactáceas, entre muchas otras especies. El estrato herbáceo conforma amplios espacios de gramíneas y ciperáceas halófilas alternadas con pequeños quebrachales. En las zonas más deprimidas encontramos pequeños algarrobales junto con inciensos (Schinus sp.), coronillos (Scutia buxifolia), talas (Celtis tala), y palmeras caranday (Copernicia alba). La flora acuática flotante es también variada y sólo mencionaremos las principales especies que se observan en abundancia: camalotales del género Eichhornia y repollitos de agua (Pistia stratiotes).

La riqueza florística del parque es invalorable, dado que se registran más de mil trescientas especies, algunas de las cuales fueron descriptas como nuevas para la ciencia. Otro dato relevante es que muchos grupos vegetales tienen en esta zona su distribución más austral, como es el caso de las familias Mayacáceas, Eurocauláceas, Xyridáceas y Najadáceas ( R. Kiesling, in litt). Ejemplos de especies que es raro encontrar en otros lugares del país son Cyperus mauri, Eleocharis villaricensis, Rynchospora brittonii, R. confinis y R. holoschoenoides y una liliácea, Camassia biflora, entre muchas otras. Expertos del prestigioso Instituto Darwinion destacan como muy importante la existencia de una buena cantidad de especies (46) del orden de los helechos (Pteridóphytas) porque su presencia abundante indica que el hábitat no ha sido muy dañado.

En cuanto a la flora exótica, según registros del doctor Pedersen se detectaron setenta y una especies.

Aún no se confeccionó una lista oficial de especies vegetales en peligro que pueda servir de base para aplicarla al Parque Nacional Mburucuyá. Ante esta carencia, optamos por tomar una lista confeccionada para pajonales del sur de Misiones  (Fontana, 1996) y la lista internacional de especies en peligro establecida por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), (Walter y Gillett, 1998) En el listado que se detalla a continuación -extraído de los trabajos referidos precedentemente- se mencionan las especies en peligro (EP), las que son endémicas para la Argentina (EN), las que se consideran en retroceso y, por ende, exigen que se de prioridad a su estudio (LC y R) y las especies características de etapas serales tardías. Las etapas serales son la sucesión de comunidades en una determinada área; cuando una de ellas desaparece y da lugar a otra distinta nos encontramos con una nueva etapa seral.

 

 Acanthaceae

 

Dicliptera niederleiniana (EN regional)

 

Dyschoriste humilis (EN regional)

 

 Anacardiaceae

 

Schinus bumelioides (EN norte)

 

 Apiaceae

 

Lilaeopsis attenuata (EN Buenos Aires, Chaco, Corrientes)

 

 Asteraceae

 

Baccharis darwinii (EN centro-norte)

 

Calea platylepis (EP)

 

Conyza lorentzii (EN norte)

 

Eupatorium squarroso-ramosum (EP)

 

Grindelia tehuelches (EN centro-norte)

 

Vernonia chaquensis (EN Chaco-Corrientes-Formosa)

 

Vernonia loretensis (EP)

 

 Brassicaceae

 

Lepidium stuckertianum (EN norte)

 

Rorippa bonariensis (EN Corrientes, Entre Ríos, Misiones)

 

 Convolvulaceae

 

Convolvulus crenatifolius (EP)

 

C. schulzei (EN Chaco, no citada para Corrientes)

 

Dichondra sericea  (EN regional)

 

Ipomoea malvaeoides var. argentea (EN Corrientes)

 

 Cyperaceae

 

Rhynchospora pungens (EP)

 

Euphorbiaceae

 

Acalypha communis var. salicifolia (EN Chaco, Misiones, no citado para Corrientes)

 

Cnidosculus loasoides (EN Chaco, Corrientes, Misiones)

 

Euphorbia pedersenii (EN Corrientes)

 

Jatropha pedersenii (EN Corrientes)

 

 Fabaceae

 

Adesmia macrostachya (EN centro, no citada para Corrientes)

 

Galactia fiebrigiana var. correntina (EN Corrientes, Entre Ríos)

 

Lupinus paraguariensis (EP)

 

Mimosa callosa (EP)

 

Prosopis affinis (LC y R)

 

Rhynchosia diversifolia (EP)

 

Stylosanthes hippocampoides

 

 Icacinaceae

 

Citronella paniculata

 

 Arecaceae

 

Butia yatay (LC y R)

 

 Iridaceae

 

Cypella herbertii (EP)

 

Sisyrinchium  minus (EN regional).

 

 Sisyrinchium vaginatum (EN Corrientes y Entre Ríos)

 

 Labiatae

 

Ocimum selloi (EP)

 

 Limnocharitaceae

 

Hydrocleis modesta

 

 Malvaceae

 

Pavonia cryptica (EN Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe).

 

Solanum megalocarpon (EN Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones)

 

 Orchidaceae

 

Pelexia paludosa (EN Chaco y Corrientes)

 

 Poaceae

 

Paspalum intermedium  (EN Corrientes).

 

Zizianopsis vallanensis (EN Chaco, Corrientes, Santa Fe).

Fauna

La fauna de vertebrados, teniendo en cuenta que el área originariamente tuvo presión antrópica, es también muy abundante. Seguramente, a partir de la protección legal que ha recibido el área, con el transcurso del tiempo las poblaciones con pocos ejemplares de algunas especies irán incrementándose. Las cantidades de especies de cada grupo faunístico que se registraron son las siguientes: 47 de peces, 28 de anfibios ( lo que representa cerca del 56 % de los citados para la provincia de Corrientes), 30 de reptiles ( equivalen al 36 % de los que habitan en la provincia), 289  de aves (supera el 50 % del total provincial) y 33 de mamíferos autóctonos. Estas cifras son aproximadas, por cuanto las investigaciones se encuentran en curso y afrontan una serie de dificultades, como la poca antigüedad del parque nacional, los hábitos de algunos grupos animales y la dinámica de las poblaciones.

Las grandes superficies de agua presentes en Corrientes, principalmente esteros y lagunas, hacen que la provincia tenga una gran riqueza ictícola. Hay aproximadamente 175  especies de peces en todo su territorio,  por lo que las 47 censadas en el Mburucuyá nos muestran claramente el gran valor del área en cuanto a este grupo faunístico, destacándose la gran representatividad de peces caracoides.

Con respecto a los batracios, si bien la gran mayoría de las especies halladas son de amplia distribución en el litoral y algunas, incluso,  en regiones del país más alejadas, se destaca la presencia de Argenteohyla siemersi pederseni, por el momento subespecie endémica de la región, restringida a los bosques subxerófilos, y con localidad tipo en el Parque Nacional Mburucuyá. No falta la rana criolla (Leptodactylus ocellatus), que envuelve sus huevos en una especie de espuma blanca que llama la atención al que desconoce este curioso mecanismo de defensa de su progenie, o las simpáticas ranitas trepadoras enanas (Hyla nana), de tan solo dos centímetros de longitud y dorso ocráceo o amarillento, que ponen huevos en racimos adheridos a plantas acuáticas. Sin lugar a dudas, el espectáculo de los batracios es más sonoro que visual. En medio de las tórridas noches es realmente magnifico escuchar una verdadera sinfonía de croares que abarcan todas las notas musicales.

Sobre un total de aproximadamente 80 especies de reptiles para toda la provincia de Corrientes, las 30 que se encuentran en este área protegida también denotan la importancia de la misma para este grupo zoológico. Por la curiosidad que despiertan en los visitantes, se destacan las dos especies de yacarés: el Caiman yacare, conocido comúnmente como yacaré negro y el Caiman latirostris o yacaré ñato u overo. Este último se diferencia del anterior principalmente por su hocico corto, ancho y de borde redondeado.

En cuanto al status de las mencionadas especies, cabe acotar que el de ambas es el de “vulnerable”. El yacaré overo figura en el Apéndice I de la Cites (Convención Internacional sobre el Tráfico de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres) y en el orden internacional  se lo considera “en peligro”. El Caiman yacare está incluido en el Apéndice II y su status internacional es el de “indeterminado”. Cabe destacar que las especies enlistadas en el Apéndice I gozan de protección absoluta, ya que su comercialización internacional está prohibida. Las del Apéndice II sólo pueden comercializarse bajo determinadas y estrictas medidas de control.

También hay representantes del orden de las tortugas, de las cuales la más común es Phrynops hilarii, conocida como tortuga de agua o de arroyo, entre otros nombres vulgares.

Lagartos como Tupinambis merianae –lagarto overo o iguana- y lagartijas como Teius oculatus, llamada comúnmente  lagartija verde o teyú (de unos treinta y cinco centímetros de longitud incluída la cola) se suman a la lista de saurios.

Para completar el espectro de la fauna reptiliana hay que mencionar a los ofidios. En el parque habitan la mítica yarará grande, Bothrops alternatus , y la yarará chica, Bothrops neuwiedi diporus , cuya longitud ronda los setenta u ochenta centímetros, contra el metro y medio de la grande. La familia de las boas (Boidae) está presente con una integrante que no pasa inadvertida: la curiyú (Eunectes notaeus), cuya longitud llega a los cuatro metros y tiene como hábitat preferido al agua. Finalmente, debemos mencionar a otros ofidios como Hydrodynastes gigas, conocida con el nombre de ñacaniná o yacaniná,  que supera los dos metros de longitud y es de hábitos semiacuáticos, la culebra ñuazó (Leptophis ahaetulla marginatus), de intenso color verde con reflejos azulados y hábitos arborícolas, Liophis meridionalis, Liophis jaegeri coralliventris, llamada culebra verde de panza rosada o culebra vientre rosado, cuyo dorso luce un verde muy intenso con una difusa franja rojiza en la línea vertebral, Thamnodynastes strigilis, Wagleorophis meremii, denominada sapera por su hábito de alimentarse de anfibios, y otras especies que son comunes en la región chaqueña húmeda.

Como ocurre en zonas tropicales y subtropicales, las aves, por ser el grupo animal que más permite su observación, es el que concentra la atención de los visitantes. Hay censadas aproximadamente 289 especies, lo que representa casi un 30% del total de citas para la Argentina. Estas cifras permiten deducir que la presencia de avifauna en el Parque Nacional Mburucuyá es muy significativa.

En él habitan cinco especies de loros (Psitácidos), entre las que cabe mencionar  al calancate común (Aratinga acuticaudata), el calancate ala roja (Aratinga leucophthalmus), y el loro hablador (Amazona aestiva), muy codiciado por los amantes de las aves en cautiverio. Además del tucán grande (Ramphastos toco) y del famoso urutaú (Nyctibius griseus), que con un mimetismo sorprendente se posa en el extremo de algún tronco semejando ser una continuación del mismo, varias especies de lechuzas se encuentran presentes con representantes de las familias Tytonidae y Strigidae, próximas evolutivamente a la familia Caprimulgidae. La familia de los caprimúlgidos está constituida por varias especies de aves de hábitos crepusculares y nocturnos, cuya característica notable es su costumbre de posarse en los caminos, lo que les dio el nombre de atajacaminos. Dentro de esta familia hay algunas especies que se caracterizan por poseer largas colas, como el atajacaminos tijereta (Hydropsalis brasiliana), cuya cola mide unos 40 centímetros y es bastante común en Mburucuyá.

Dentro de las rapaces están presentes el sangual (Pandion haliaetus), una pescadora muy rara en estas latitudes, el águila negra (Buteogallus urubitinga), cuyo porte estando posada se aproxima a los 64 cm, el aguilucho colorado (Heterospizias meridionalis), el aguilucho pampa (Busarellus nigricollis), con cierto parecido al anterior pero de cabeza blanca y un notable collar negro, y el gavilán de patas largas (Geranospiza caerulescens), de unos 45 cm desde las patas a la cabeza, que se traslada entre la vegetación dando pequeños y ágiles saltitos de una rama a otra. Infaltables son el chimango (Milvago chimango) y el carancho (Polyborus plancus), las rapaces más comunes de la Argentina, más carroñeras que cazadoras y adaptables a una gran variedad de ambientes.

En cuanto a las aves acuáticas, la variedad es realmente sorprendente en respuesta, obviamente, a la abundancia de espejos de agua de distinto tipo. Las tres especies de cigüeñas que habitan en la Argentina –Mycteria americana, Euxenura maguari y Jabiru mycteria- están presentes en Mburucuyá junto con unas diez especies de patos (Anatidae), once de garzas (Ardeidae), tres especies de bandurrias ( Threskiornithidae), y el aninga (Anhinga anhinga), cuyo gran tamaño recuerda a un biguá (Phalacrocorax brasilianus) pero posee un cuello extremadamente largo que la hace inconfundible.

Dentro de la larga nómina de aves  cabe mencionar al emblemático ñandú (Rhea americana), dos especies de inambúes (Tinamidae), que los españoles llamaron  “perdices” por su parecido con esas aves del viejo mundo, y varias especies de gallaretas, gallinetas o pollas de agua, pertenecientes a la familia Rallidae. Seis especies de picaflores (Trochilidae) engalanan la florida vegetación del parque, en tanto las palomas están presentes con siete representantes de su familia (Columbidae). La familia Cuculidae, que incluye a los pirinchos, los anóes y los crespines, muestra siete especies, entre las que se destaca el anó grande (Crotophaga major). Es un ave hermosa, de color azul oscuro con un brillo verdoso en el dorso y que, posada, mide unos cuarenta centímetros de longitud entre la cabeza y la cola. Los carpinteros (Picidae), con unas diez especies presentes en el área, recrean la vista del visitante de Mburucuyá.  No se puede cerrar esta lista  de aves sin nombrar al tingazú (Piaya cayana), que posee una cola muy larga (30 cm). Algunas especies de gaviotas (Laridae), gaviotines (Sternidae) y de chorlos y playeros (Scolopacidae) habitan las lagunas, los esteros y sus playas dentro del área protegida.

En lo referente a los passeriformes, la diversidad es tan grande que, para evitar el tedio del lector, omitiremos un listado de los mismos. No obstante, mencionaremos las principales familias que están presentes en el Parque Nacional. Los trepadores o chincheros (Dendrocolaptidae) son un grupo de pájaros americanos muy característicos por poseer, en su mayoría, largos picos curvos que utilizan para alimentarse de pequeños insectos que habitan en los troncos. Los horneros, leñateros y pijuíes (Furnaridae) son también un grupo americano que está muy bien representado en Mburucuyá; los tiránidos (Tyrannidae) también exclusivos de América, cuentan con  cincuenta y cinco especies en el área. La de los emberizídos (Emberizidae) es otra familia representada por cerca de cincuenta especies, entre las que se destacan por su vistosidad los cardenales, las corbatitas, los capuchinos, los jilgueros, los chingolos y las monteritas. Las golondrinas (Hirundinidae) se muestran con unas ocho especies, muchas de ellas migratorias.

Los estudios preliminares a la creación del parque detectaron en la zona once especies de aves que hasta esa fecha (marzo 1992) no se habían registrado en el lugar.

Algunas especies de la avifauna que habita el Parque Nacional Mburucuyá están en situaciones comprometidas en cuanto a su subsistencia. Tal es el caso de  Falco peregrinus, considerada “vulnerable” en el orden nacional e internacional e incluida en el Apéndice I de CITES. También se consideran amenazadas las siguientes especies: atajacaminos ala negra (Eleothreptus anomalus), monjita dominica (Xolmis dominicana), tachurí canela (Polystictus pectoralis), tachurí coludo (Culicivora caudacuta), yetapá de collar (Alectrurus risora), capuchino castaño (Sporophila hypochroma), corbatita oliváceo (S. frontalis), capuchino pecho blanco (S. palustris), capuchino corona gris (S. cinnamonea) y cachilo de antifaz (Coryphaspiza melanotis). Además,  están próximas a adquirir status de amenazadas: el yabirú (Jabiru mycteria), el yetapa chico (Alectrurus tricolor), el capuchino canela (Sporophila hypoxantha) y el capuchino garganta café (S. ruficollis).

Narosky e Yzurieta (1987) consideran como raras o de difícil observación en la Argentina cinco especies que están presentes en este parque nacional. Estas son: el  milano cabeza gris (Leptodon cayanensis), el pato real (Cairina moschata), el milano chico (Gampsonyx swainsonii), el aguilucho cola corta (Buteo brachyurus)  y el picaflor de antifaz  (Polytmus guainumbi).

Se comprobó que 84 de las especies censadas nidifican en el parque.

Con respecto a los mamíferos, el  Parque Nacional Mburucuyá es tan pródigo como en el resto de los grupos de vertebrados.

En cuanto a los marsupiales, debemos señalar la presencia de la comadreja overa (Didelphis albiventris), con su típica coloración blanca y negra, que es muy común en bosques, campos, sabanas, y hasta cerca de las viviendas humanas. Están presentes también la comadreja colorada (Lutreolina crassicaudata) que, como su nombre lo indica, luce una coloración predominantemente pardo rojiza, y la marmosa común o comadrejita enana, (Thylamys pusillus), que algunos autores prefieren incluir en el género Marmosa y cuya biología es bastante desconocida.

El orden de los quirópteros (murciélagos) es el más numeroso en cuanto a especies. Aquellas cuya presencia se ha comprobado son las siguientes: murciélago pescador chico (Noctilio albiventris); murciélago pescador grande (N. leporinus); vampiro común (Desmodus rotundus); murciélago cara listada (Artibeus lituratus); murciélago flor de lis (Sturnira lilium); moloso chico (Eumops patagonicus); moloso enano (Molossus temminckii); moloso castaño (Molossus ater); moloso coludo (Molossus molossus); moloso común (Tadarida brasiliensis); murciélago tostado mediano (Eptesicus furinalis) y murciélago vespertino amarillo (Myotis simus).

Del orden cingulata están presentes la mulita grande o tatú-hú (Dasypus novemcintus), la mulita chica (D. septemcinctus) y el tatú peludo (Euphractus sexcinctus). Un hecho significativo que señala el buen estado de conservación de amplios sectores de lo que eran las estancias Santa Teresa y Santa María es el avistaje, en 1991, del tamanduá u oso melero (Tamandua tetradactyla), documentado con fotografías.

Gran variedad de roedores llamados generalmente ratas o ratones de campo se cobijan en la gran superficie del parque. El conocido carpincho (Hydrochaeris hydrochaeris) es la “estrella” dentro de este grupo.

En el orden de los primates, la familia Cebidae está presente con el carayá negro (Alouata caraya), el mono tal vez más conocido a nivel popular de los que habitan la Argentina. Su presencia es más o menos abundante y sus estridentes gritos se escuchan habitualmente.

Los carnívoros están presentes con la familia Canidae: el aguará-guazú o lobo de crin (Chrysocyon brachyurus ) fue visto en varias oportunidades pese a sus hábitos huidizos. Además, habitan en el parque el zorro gris pampeano o, en lengua guaraní, aguará-chaí (Dusicyon gymnocercus) y el zorro de monte o aguará-í  (Cerdocyon thous). De la familia Procyonidae están presentes el osito lavador o aguará-popé (Procyon cancrivorus), el lobito de río (Lontra longicaudis), muy perseguido por el valor de su piel, y el conocido zorrino común (Conepatus chinga), cuya repelente secreción anal, que utiliza como medio de defensa, no sólo lo ha hecho respetable sino que le dio gran resultado en cuanto a supervivencia, dado que es abundante en buena parte del territorio argentino.

Entre los felinos se citan el gato moro, también llamado gato eirá (Herpailurus yaguarondi) y el gato montés común (Oncifelis geoffroyi) .

El orden Artiodactyla, que agrupa a mamíferos ungulados paridigitados, cuyos dedos están envueltos en una funda córnea conocida como “pezuña”, incluye a la familia Cervidae (cérvidos). Esta familia se hace presente en el lugar con un ciervo muy valorado por su escasez y vistosidad: el ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus), y la corzuela parda o guazuncho (Mazama gouazoupira) más abundante que el anterior.

Se detectó la presencia de tres especies exóticas de mamíferos: la rata noruega (Rattus norvegicus), la rata negra  (Rattus rattus)  y la liebre europea (Lepus eurupaeus).

Entre los mamíferos con status comprometido podemos citar las siguientes especies: el aguará-guazú (Chrysocyon brachyurus), declarado “en peligro” en el orden nacional, y “vulnerable” internacionalmente, el lobito de río (Lontra longicaudis) con la misma categorización queel anterior, el yaguarundí o gato moro (Herpailurus yaguarondi), declarado fuera de peligro en el país y con status internacional indeterminado, y el ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus), en peligro en el orden nacional y vulnerable en el internacional.

 

Recursos culturales

La información disponible respecto de las etapas más antiguas del poblamiento de estas regiones es todavía fragmentaria. Como obstáculo para la obtención de abundante y fidedigna información, a esto se suman dos factores: a) que los habitantes precolombinos de estas latitudes –al igual que muchos otros-  no poseían sistemas de escritura, y b) el proceso de aculturación a que fueron sometidos, por lo cual muchos aspectos culturales, como por ejemplo sus creencias, no han llegado hasta nosotros.

No obstante, se sabe con suficiente aproximación que la ocupación humana inicial se remonta a unos 12.000 años AP. (antes del presente) y que hubo continuos procesos de cambio en la distribución de las poblaciones. Más precisamente, los registros señalan que en la zona del Paraná medio –donde se sitúa el Parque Nacional Mburucuyá- los primeros asentamientos humanos se produjeron hace unos 8.000 años AP. Los últimos en ingresar a la zona fueron los tupí-guaraní,  que lo hicieron provenientes de la Amazonia, hace sólo unos 1.200 años AP. e influyeron notoriamente en los habitantes preexistentes.

Había distintos grupos ubicados a lo largo de las costas del río Paraná  a la altura de la zona que nos ocupa, que se denominaban (a sí mismos y entre un pueblo y otro) Quiloazás y Calchines, estos últimos localizados un poco más al sur. Estos aborígenes, como los que habitaban el resto del litoral, eran pescadores, cazadores y recolectores. Dispusieron de una variada fauna tanto terrestre como acuática y, para la caza, utilizaban flechas con puntas de piedra o hueso. Confeccionaron también artefactos de sílex, cuarcita y basalto tallados por percusión directa y a veces por presión. Además, se encontraron bolas de piedra pulida, hachas, percutores y otros elementos líticos. Estos artefactos indicarían tanto la adopción de técnicas de caza para áreas abiertas (las boleadoras) como el aprovechamiento de frutos y semillas existentes en el borde del bosque y los palmares (recolección). Algunos de estos cazadores adoptaron con el tiempo la alfarería, es decir, la construcción de objetos de barro o porcelana  para cocinar o contener líquidos, entre otros usos; otros, en cambio,  permanecieron sin utilizarla hasta épocas históricas.

Se sabe que, hace unos 1.000 años, poblaciones cada vez más numerosas de cazadores y pescadores ocuparon la ribera del Paraná y sus islas. Al parecer, habían logrado un equilibrio alimenticio entre especies terrestres y acuáticas. Pescaban con aparejos de cerámica y anzuelos de hueso. También hay indicios del uso de redes, arpones y arco y flecha para la caza. Navegaban con canoas hechas de troncos ahuecados y es interesante señalar cómo estos antiguos habitantes estaban estrechamente vinculados con todos los elementos de la naturaleza. El contacto con ésta era permanente y su aprovechamiento, sin lugar a dudas, se limitaba a la extracción de lo necesario para vivir.

Esta estrecha relación, especialmente con la fauna, se ve reflejada muy claramente en los adornos de los utensilios. Se encontraron en la zona estudiada vasijas cuya boca estaba adornada con apéndices que representan pájaros, especialmente loros, y mamíferos como el coipo y el carpincho.

Por último, es muy importante volver a mencionar que, antes de la llegada de los españoles, parte de estas tierras mesopotámicas fueron ocupadas por una cultura más avanzada que las que estaban en el lugar: los tupí-guaraní. Estos hombres ya conocían la agricultura, construían viviendas comunales con techos a dos aguas hechos con barro, paja y madera y tenían desarrollados algunos aspectos de organización social. Utilizaban un sistema de cultivo que se denomina “roza”, consistente en talar y quemar el bosque para, luego, cavar entre las cenizas fértiles y sembrar (este sistema es utilizado aún hoy por los lugareños). Consumían la yerba mate pero no la cultivaban; sólo lo hicieron cuando los jesuitas desarrollaron la técnica para este cultivo.

La cultura guaraní es la que más perduró de todas las que había en estas tierras desde las épocas prehispánicas. El ejemplo más elocuente lo constituye la lengua guaraní, que se habla en nuestros días, y a cuya supervivencia los jesuitas aportaron enormemente con la elaboración de diccionarios y gramáticas.

En Corrientes, sobre todo en áreas alejadas de los centros poblados, el guaraní es, actualmente, la lengua madre de los pobladores porque es la primera que aprenden; realidad cultural que las autoridades gubernamentales no siempre respetan.

La llegada de los españoles se produjo con las expediciones de Sebastián Caboto y  García de Moguer, en 1527 y 1528 respectivamente, a las que le siguieron la de don Pedro de Mendoza (1536) y más tarde, ya en la segunda mitad del siglo XVI, las de otros adelantados, entre los que se destacó la de Ortiz de Zárate, que funda la ciudad de ese nombre.

La descripción física de los pueblos lítoraleños y los comentarios sobre sus formas culturales se encuentran en los relatos de Ulrico Schmidl, que acompañó a don Pedro de Mendoza, en el Diario de López de Souza y en los expedientes del juicio a Caboto, entre otros escritos con referencias menos claras.

En el siglo XVIII, con las obras de los jesuitas Paucke y Dobrizhoffer, se accede a información precisa sobre las culturas mesopotámicas, pero lamentablemente el panorama étnico para entonces había cambiado muchísimo. Después, con información parcial y dispersa, se intentó reconstruir la historia de los pueblos originarios que ocuparon la zona del litoral.

En épocas más recientes, numerosos viajeros europeos dejaron testimonios de su paso por la Argentina. En el caso de Corrientes y de la zona donde se encuentra el Parque Nacional Mburucuyá, es el relato de Alcides d´Orbigny, “Viaje por América Meridional” – cuyo primer volumen lo finalizó en 1828-  el que describe con grandes detalles y apreciaciones certeras la geografía de la zona. También el marino, posteriormente convertido en naturalista, don Félix de Azara, cita en sus crónicas los pagos de Mburucuyá.

A mediados del siglo XVIII comienzan a instalarse en la zona de Mburucuyá los primeros colonos, provenientes de distintos lugares de Europa. La población comenzó agrupándose en torno de una capilla, vice-parroquia dependiente de la de San José de las Saladas, bajo el liderazgo de don José Maidana, quien había donado los campos donde se instaló el pueblo.

Las tierras del actual Parque Nacional fueron colonizadas hace algo más de 100 años y, hasta 1928, estaban pobladas por tan sólo 60 familias que manejaban unas 6000 cabezas de ganado bovino. Luego de este período, las tierras fueron adquiridas por la familia Pedersen, que las mantuvo siempre bajo una presión ganadera controlada.

En 1945, la propiedad es heredada por Troels Myndel Pedersen, nacido en Dinamarca y abogado de profesión –aunque luego se volcó totalmente a la botánica-  que continúa con el criterio de llevar a cabo una explotación racional, cuidando aun más este aspecto que sus antecesores. Ocupa las dos viejas estancias Santa Teresa y Santa María e instala un herbario de gran importancia para el cual colectó más de mil especies  vegetales.

Después de muchos años de actividad en los que alternaba sus labores agropecuarias con su vocación por el mundo vegetal, decidió donar al Estado Nacional los campos y sus instalaciones con la  finalidad que se crease un parque nacional. Con este gesto de nobleza muy poco común, en noviembre de 1991 se formalizó la donación y hoy contamos con un área representativa del chaco húmedo en el sistema nacional de áreas protegidas.

Alternativas turísticas

La localidad más próxima al parque es Mburucuyá, cabecera del departamento homónimo. Allí el visitante dispone de todos los servicios básicos, como hospital, estación de servicio, comercios, policía,  teléfono, correo y tres hoteles de categoría media. En la sede local de la Subsecretaría de Cultura y Turismo se puede obtener información y folletería sobre el parque nacional. El teléfono de esta oficina es 03783-498022 para llamar desde la Argentina y, para hacerlo desde el exterior, se deben anteponer a este número los dígitos 054.

Las otras localidades próximas –muy pequeñas- son Manantiales y Palmar Grande, que sólo ofrecen comestibles, teléfono público y correo. Más distante se encuentra el poblado de Saladas, que posee  mejores servicios en cuanto a hospedaje y  una oficina de turismo que informa sobre el Parque y el estado de la rutas. La capacidad hotelera de Saladas asciende a 103 plazas.

Para acceder al parque desde Mburucuyá  hay servicios de remises que parten desde la plaza Mitre (la principal).

Desde la capital provincial, Corrientes, funciona un servicio de ómnibus –empresa San Antonio- que realiza cinco viajes diarios hasta Mburucuyá, pasando en algunos casos por la localidad de Saladas. Para consultas llamar al teléfono 03782-498125.

Los visitantes del parque pueden pasar el día en el área o acampar en el área habilitada del centro de visitantes.

Lugares para visitar

El Parque cuenta con varios senderos peatonales de fácil recorrido, que describimos someramente a continuación, y tres senderos vehiculares: el Camino del Quebrachal, un antiguo circuito construido por los propietarios de las estancias Santa Teresa y Santa María para acceder a la lomada ubicada entre las dos cañadas principales del predio; la ruta provincial N° 86, que cruza el parque de eeste a oste, y finalmente los cortafuegos del palmar de yatay.

Los senderos peatonales permiten descubrir parte de esta extensa superficie viviendo una aventura que dejará imborrables impresiones en cada uno de nuestros sentidos. El perfume de las plantas, el incesante croar de las ranas, los variados cantos de las aves y los sonidos producidos por una pléyade de insectos, junto al espectáculo visual, producen sensaciones que sólo si se viven pueden interpretarse. Durante la noche, nos sorprenderá el notorio aumento de los croares de los batracios, cuyo rumor seguramente quedará grabado en nuestros oídos.

1)            Sendero peatonal Yatay.-  Su entrada está al borde de la ruta provincial N° 86. Es un camino ancho, de unos 4 metros, que anteriormente era vehicular. En el recorrido se pueden apreciar un monte de laureles, un palmar de yatay con ejemplares relativamente jóvenes, otro palmar de yatay maduro donde se pueden obtener excelentes fotografías, y un viejo puesto de la estancia abandonado, rodeado de eucaliptos y algunos árboles frutales, con sus paredes cubiertas por líquenes, hepáticas y hongos. Luego aparece un vistoso pastizal inundable de paja colorada donde pueden verse algunas aves que usan como hábitat ese ambiente y, al finalizar el camino, nos sosrpende la inmensidad el estero Santa Lucía, cuyas dimensiones hacen invisible la costa opuesta. Hay un pequeño muelle donde se aprecia la abundante vegetación palustre que crece en las márgenes, y sobre el espejo de agua vuelan incesantemente bandadas de patos, cuervillos de cañada, algunos gaviotines (dos especies), cigüeñas, garzas y muchas otras aves acuáticas. Por lo tanto, este sitio es recomendable para que, prismáticos en mano, el observador de aves aguarde al acecho y viva un festín de avistajes.

2)            Sendero Cheroga.-  Fue abierto recientemente y su entrada se ubica frente al centro de visitantes, sobre la ruta N° 86. Posee un ancho de dos metros y  su recorrido nos muestra la extraordinaria variedad de vegetación del lugar.

3)            Sendero del Potrero Seis.- Es un largo camino por el que hace muchos años circulaban vehículos, aunque en la actualidad se utiliza sólo como peatonal. Llega hasta la zona donde el ambiente del parque cambia notoriamente, pasando de los esteros y lomadas arenosas al quebrachal. Durante el recorrido hay una gran variedad de paisajes de gran belleza, especialmente el que configuran los pequeños esteros rodeados de vegetación selvática. Se ingresa por la Ruta N° 86 a la altura de la seccional de guardaparques “Alcides D´dorbigny” y resulta muy propicio para el avistaje de aves y fauna en general.

Cómo llegar

El acceso al Parque por la ruta provincial 86, desde la pequeña ciudad de Mburucuyá,  requiere recorrer unos 20 kilómetros de camino de tierra  que, en caso de lluvias intensas, se hace dificultoso para los automóviles. Quienes provengan del norte (Corrientes capital, Resistencia, Formosa) o del sur (Buenos Aires, Santa Fe, Paraná entre otras ciudades) deberán llegar por la ruta nacional N° 12 hasta su intersección con la  ruta nacional  N° 118. En este lugar se debe girar hacia el este continuando por la ruta 118 hasta  que los carteles indiquen la localidad de Saladas; allí,  dirigirse hacia la misma para luego continuar por la ruta provincial N° 13 que conduce a la ciudad de Mburucuyá, desde donde se continúa por la ruta provincial N° 86 que, como se indicó precedentemente, cruza el parque nacional.

Desde Posadas se puede acceder a la localidad de Palmar Grande por un  recorrido que es transitable todo el año y que consiste en tomar  la ruta nacional Nº12, desviando por la provincial  Nº118. Antes de llegar a San Miguel se toma la ruta asfaltada Nº5 hasta la localidad de Nuestra Señora del Rosario de Caá-Catí y, desde allí, se continúa por la ruta de tierra Nº13 (37 km desde el desvío de la ruta asfaltada Nº5, y 256 km desde Posadas).

Otra alternativa para llegar todo el año es partir desde Corrientes por la ruta nacional Nº5 hasta la localidad de Nuestra Señora del Rosario de Caá-Catí, desviando allí por la ruta de tierra Nº13 (37 km desde el desvío de la ruta Nº5, y 161 km desde Corrientes). Este acceso, aunque un poco más largo que la vuelta por Saladas, siempre está transitable, ya que los 47 km sin asfaltar (37 hasta Palmar Grande y 10 más hasta la entrada del Parque) son de arena.

 

Problemas de conservación

Por tratarse de un área protegida que anteriormente estuvo destinada, al menos parcialmente, a la explotación agropecuaria, algunos obstáculos para la conservación son remanentes de aquella circunstancia. Por ejemplo, aún existen muchos de los alambrados que dividían el campo en 27 potreros. Estas vallas afectan el desplazamiento normal de la fauna, quitan la sensación visual de lugar agreste y facilitan la dispersión natural de vegetales no deseados, que se propagan a través de las deposiciones de las aves que se posan sobre los alambrados. Como en otras áreas protegida, también resulta un problema común el ingreso de ganado a través de roturas en los cercos de campos colindantes. En el caso que nos ocupa, esto ocurre especialmente en los potreros identificados con los números 7 y 13.

Los animales domésticos que escapan del control de las personas, ya sean pobladores aislados que quedaron en el predio del parque o personal que se desempeña en el área protegida, pueden convertirse en un serio problema, especialmente los perros, que se convierten en predadores “agregados” al ecosistema. Lo mismo ocurre con los gatos domésticos, aunque aparentemente, la probabilidad de que se conviertan en cazadores es menor que en el caso de los canes.

La existencia de especies vegetales foráneas constituye una grave amenaza para el ambiente. La capacidad de reproducción de este tipo de plantas  nunca puede evaluarse con precisión de antemano, y muchas veces resulta muy difícil erradicar una especie exótica que afecta por competencia a otra nativa. En Mburucuyá hay especies exóticas ornamentales  cerca de los antiguos cascos  y puestos de las estancias que bien pueden ser reemplazadas por ornamentales del lugar. Hay focos con presencia de hierbas exóticas y proliferación del guayabo  (Psidium guajava), de origen tropical.

Otro elemento que atenta contra la conservación del parque es la presencia de nueve pozos a cielo abierto para arrojar basura.

En cuanto a la fauna, se observa mortandad de carpinchos por el llamado “mal de caderas”. Además, faltan estudios biológicos de algunas poblaciones animales para determinar su  grado de presencia, como es el caso del gato montés  (Oncifelis geoffroyi), el aguará-guazú (Chrysocyon brachyurus), el tamanduá u oso melero (Tamandua tetradactyla), el ciervo de los pantanos (Blastocerus dichotomus), y de las aves migratorias del pastizal, cuyos avistajes directos o de huellas y deposiciones nos estarían indicando escasez de ejemplares. Otro inconveniente para la conservación reside en la interrupción del drenaje natural de la Cañada Potrillo por insuficientes desagües en los terraplenes que la cruzan en los potreros 8 y 1.

Un factor indirecto de mucha importancia para la conservación del área protegida es el valor que tenga para la población. El desinterés y el desconocimiento del público en general redunda en que las autoridades adopten esa misma actitud. En el Parque Nacional Mburucuyá ocurre este fenómeno y no se observan acciones tendientes a corregir esta situación.

Otro serio problema es el de los cazadores furtivos –situación común a muchas áreas protegidas- que ingresan al parque por numerosos sectores y que no sólo provocan incendios  para facilitar la caza y exportar pieles, sino que también extraen miel silvestre en la lomada vecina a la cañada Fragosa (potreros 10, 7, 8 y 6).

No podemos dejar de mencionar que uno de los factores que más atenta contra la preservación del área es la ruta provincial 86, que divide el parque en dos partes. Esto  dificulta en alguna medida el traslado de la fauna de un lugar a otro y provoca –no pocas veces- el atropellamiento de animales. Pese a que los conductores saben que están circulando por un área protegida, no controlan la velocidad de los vehículos. Por último, la posibilidad de circulación rápida  facilita la caza desaprensiva ejercida desde los mismos vehículos, en una suerte de una práctica de tiro al blanco. El tránsito, que no es escaso, también ocasiona el lanzamiento de residuos de todo tipo.

Desde hace unos seis años aproximadamente, la Administración de Parques Nacionales, junto con el INTA, están experimentando distintas alternativas para el manejo del fuego con la finalidad de favorecer el desarrollo de las comunidades florísticas.

A criterio del doctor Pedersen, las quemas anuales o bienales en parches permitieron la supervivencia de numerosas especies de valor especial propias del pastizal sin afectar a las comunidades de bosques de laurel, ya que la alta humedad bajo la cobertura densa y perenne del laurel imposibilita el ingreso del fuego. También se comprobó experimentalmente que la eliminación del fuego en pastizales del chaco húmedo favoreció el avance del monte, perdiéndose diversidad florística.

Por lo expuesto, si se aplican las pautas técnicas que recomiendan los expertos nacionales e internacionales, el fuego debe ser un considerado como un elemento útil para el manejo de algunos ambientes de las áreas naturales protegidas.

La dificultad para acceder al parque por el mal estado de la ruta 86, principalmente en el tramo de tierra roja frente a los potreros 16 y 18, constituye un problema más. Además de perjudicar el ingreso de público en general, retrasaría cualquier tipo de auxilio (policía, ambulancia, bomberos) proveniente de la localidad de Mburucuyá.

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Investigación y Textos: Gabriel Omar Rodriguez

Supervisión Técnica Honoraria: Juan Carlos Chebez